Todos buscamos una mejor calidad, y (casi) todos tenemos más o menos claro el concepto de ciudades “buenas” y ciudades “malas”. De entrada esto ya es falso, pues de ser así sería muy sencillo tomar decisiones. Algunas tan simples como peatonalizar una calle del casco antiguo como la calle Don Jaime. Ya no me atrevo a nombrar el Puente de Piedra. Pero lo cierto es que si ambas zonas urbanas las llevarámos a decenas y decenas de ciudades europeas, estarían peatonalizados.
Una ciudad “buena” es una ciudad tranquila, verde, limpia, segura, moderna, cambiante y no muy grande, bien comunicada, sostenible, silenciosa, con todos los servicios públicos cerca.
Una ciudad “mala” es una ciudad discontinua, negra, llena de coches y polución, insegura, muy poblada, muy desperdigada en su trazado, con grandes contrastes sociales, con gobiernos incapaces, con unos servicios básicos muy irregulares y caros.
En los equipos de urbanistas de las grandes ciudades suele haber sobre todo arquitectos, algunos urbanistas, pero muchos menos sociólogos, psicólogos o diseñadores de inteligencia emocional. Pero en cambio sabemos que las ciudades buenas son aquellas que proporcionan emociones positivas a sus moradores.
Buena cultura, comodidad de uso, belleza, cambios ligeros en sus calles para que las novedades sorprendan a los transeúntes, comercios “diferentes”, espacios muy reconocibles que confieran personalidad y emociones a los vecinos.
No es posible pensar un París sin el Sena o un Londres sin el Támesis. Forma parte de sus emociones internas. Como el Central Park de New York, el Retiro de Madrid o la Plaza del Pilar de Zaragoza. Necesitamos esos iconos fijos, pero adornados de vida constantemente nueva. Estos espacios deben ser parte de “nuestra” vida de cada día, de cada vecino de cada ciudad.
Es mucho más sencillo amar el Hyde Park que el parque José Antonio Labordeta, simplemente porque está uno más céntrico que el otro, y por ello son más porcentaje de personas las que todas las semanas ven sus colores, sus espacios, respiran sus flores. La centralidad da uso. Pero da uso si se quiere dar uso.
En Zaragoza tenemos un pulmón espléndido que el urbanismo del último siglo ha ido orillando. Hablo de la Plaza de Los Sitios. ¿Cuantas ciudades desearían tener una plaza verde y peatonal del tamaño de nuestra Plaza de Los Sitios? ¿Cuántos zaragozanos QUE NO SEAN vecinos de la zona acuden al mes a la Plaza de Los Sitios?
Lograr un uso más elevado es trabajo del urbanismo. Y no estoy hablando de asfaltar mejor o peor, sino de modificar trazados de las personas en sus movimientos, conseguir que los zaragozanos vayan o no vayan a un lugar en concreto, pasen por un lugar o por otro.
Os pongo otro ejemplo. El Parque Bruil fue un lugar espléndido. (La imagen de arriba es de 1941 y muestra una de sus edificaciones de juegos infantiles) Una villa de recreo de la familia Bruil que cuando fue entregada a Zaragoza contenía decenas de árboles únicos e inmensos que ya no están, zonas de jardinería de diseño que han desaparecido, pequeños edificios y casitas de obra que se han ido perdiendo poco a poco. Sí, y un pequeño zoológico mal gestionado por el Ayuntamiento en los años posteriores.
Os pongo otro ejemplo. El Parque Bruil fue un lugar espléndido. (La imagen de arriba es de 1941 y muestra una de sus edificaciones de juegos infantiles) Una villa de recreo de la familia Bruil que cuando fue entregada a Zaragoza contenía decenas de árboles únicos e inmensos que ya no están, zonas de jardinería de diseño que han desaparecido, pequeños edificios y casitas de obra que se han ido perdiendo poco a poco. Sí, y un pequeño zoológico mal gestionado por el Ayuntamiento en los años posteriores.
Hoy es un parque que ha perdido su personalidad, un parque plano, verde como si se hubiera pintado a brocha, que incluso siendo céntrico… tampoco se hace nada por recuperarlo para su uso intenso desde barrios cercanos. Ya no hablo como espacio de ciudad.
Y las ciudades necesitan esos espacios singulares, para ser ciudades singulares. Ciudades donde los turistas quieran estar algo más que unas horas, y de esa forma utilizar más nuestros hoteles, nuestros restaurantes y nuestros bares. Muchas veces no se trata de traer a más turistas, sino de lograr retenerlos más horas.
Y las ciudades necesitan esos espacios singulares, para ser ciudades singulares. Ciudades donde los turistas quieran estar algo más que unas horas, y de esa forma utilizar más nuestros hoteles, nuestros restaurantes y nuestros bares. Muchas veces no se trata de traer a más turistas, sino de lograr retenerlos más horas.
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