16.7.19

Antón García Abril en Uncastillo, en Aragón, en su casa

Zaragoza es el rompeolas de Aragón. Y hay algo que siempre he notado, más con la desamortización de la capital de Aragón como metrópoli universitaria del valle del Ebro: el desconocimiento del resto de los aragoneses de un determinado lugar o paisaje. Tiene alcance cultural también.

Es demasiado grande, sí. Se piensa y se come distinto. Árboles o páramos recortan horizontes siempre abiertos con buena luz de cierzo. Pero nada más, no hay algaradas indepe, no hay sentimiento aragonés excepto en materia de televisión o jota. Cómo no mirarse a veces el ombligo.

Se agradece que el verano sirva para romper esa ley invisible. Y en festivales de municipios pequeños de financiación delicada, como el de Cine Mudo de Uncastillo, se haga un homenaje y se entregue un bellísimo premio-bocina de piedra de la localidad a un festival de cine serrablés que ya no cuenta con financiación este ejercicio –el Obuxo Festival- .

Y se otorgue el Premio Perdiguer, promotor fundamental del festival desaparecido, al enorme Antón García Abril, por toda una vida por y para el cine. A este obsesionado con mayúsculas.

Se sutura con ello y se disfruta de la cultura aragonesa en toda su extensión gracias a la inteligencia de los organizadores de ese festival que, sabiamente, ha puesto asimismo en valor un nuevo escenario zaragozano como es la Harinera de San José como subsede. Creando una duplicidad interesantísima que está desarrollando asimismo Pirineos Sur, con el acercamiento de parte de su sabia programación al espacio natural de Ordesa.

En el caso de Uncastillo, a través del diálogo tan denostado entre Zaragoza y su Cuarto Espacio y resto de Aragón.

Toda una vida de sintonías y bandas sonoras acompañan la celebrada trayectoria musical del maestro García Abril. 


Se repasaron en la entrega del premio ejemplos por todos conocidos, a la vez que él mismo contó jugosísimas anécdotas de sintonías que le costaron trabajo, de encargos que le hicieron sacar lo mejor de sí o para los que encontró una solución por su espíritu de enorme artesano turolense.

Quinto de mi madre, llegó a mencionar que todo su currículo le podría llegar a aturdir si le pusiera atención, pero que a él le ocupa especialmente la obra o melodía que esté en ese momento pariendo. Otra lección de humanidad enorme.

De su obra, a mí me marcó profundamente por el contexto de naciente democracia casi ingenuo de sus guiones, su trabajo para “Anillos de Oro” de Masó y Diosdado, con Arias y un soberbio Xavier Elorriaga, además de la participación brutal de Aurora Redondo y don Antón a los platos y bafles.

En cuanto a su pasión por Aragón, más allá de que compuso el himno de nuestra comunidad en desigual batalla con el afectivo de Labordeta –que lo es de todos los aragoneses de dentro y de fuera-, me parece sublime sus Conciertos Mudéjares. De una plasticidad de cenefa y baldosín titilantes.

Justísimo nuevo reconocimiento para este hombre que a su provecta edad y con profunda pasión, conoció el deslumbrante y sefardí Uncastillo. Donde todavía se puede comer en modo elegante y popular, como la música del maestro, esos platos de suave regusto francés que triunfaban en los 80 de la apertura europea e ilusión colectiva.

Los pescados rellenos de marisco, las salsas suaves de nata al marc de cava, los volovanes rellenos, los canelones de setas… Suficientes y que a mí nunca me aburrirán.

Hemos sido transicionados por trucos políticos, musicales y también gastronómicos. García Abril y Uncastillo, vintages para bien, finalmente se unieron en un sueño de cultura universalista parida desde Aragón.

Luis Iribarren - 16.07.2019

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