Aprovechando las amistades, os dejo un texto publicado por nuestro colaborador Jorge Marqueta, ansioso amante de Aragón y de todo lo que nuestra sociedad ha representado a lo largo de su historia. Digo todo… pues aunque sé que no es todo aplaudible pues la Historia de Aragón es muy amplia, a veces llegamos a la conclusión que para avanzar hay que tratar de olvidar los errores que vamos cometiendo todos por nuestros caminos, y seguir caminando. Os dejo su texto.
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El mito de la adoración de los Reyes Magos aparece en el Evangelio de San Mateo (Mt.2 1-12), que menciona unos sabios que, guiados por una estrella, adoran al niño y le ofrendan oro, incienso y mirra.
Desde la Edad Media se representa como símbolo del poder feudal sometido al religioso, pasando los sabios a ser representados como reyes e, iconográficamente, son tres hombres blancos que representan la vejez, la madurez y la juventud.
En el gótico europeo, la representación más bella y de mayor calidad escultórica de la Epifanía se encuentra en Zaragoza, en el Retablo Mayor de La Seo del Salvador, sin duda, una de las catedrales góticas más preciosas del Mundo.
La escena central, realizada a partir de 1467 y que terminaría dos años después, es obra del alemán Hans Piet d’Ansó, llamado Hans de Suabia, que realiza la cumbre de su magnífica obra en Zaragoza, ciudad en la que desde entonces vivió y en la que murió por la peste en 1478.
San José, ausente y ligeramente apartado, parece ajeno a la escena.
En el centro, la estrella, y, alrededor de ella, la Epifanía.
La figura de la madre es una delicadeza indescriptible, una bella mujer de rasgos centroeuropeos, con una rica indumentaria, realizada con una técnica escultórica admirable, que sujeta a su hijo delicadamente y que, esbozando una leve sonrisa y con su mirada, transmite un profundo amor maternal.
El niño nos mira y nos señala con el dedo índice una moneda de curso legal del momento en la que aparece la imagen del Rey de la Corona de Aragón, Juan II el Grande, una de las grandes personalidades políticas europeas del momento.
La escena, muy en la línea de las obras flamencas, resuelve magistralmente el juego de la perspectiva. Aparecen los reyes magos: el primero descoronado y genuflexo besa los pies del niño (es la vejez); el segundo, que quizá sea un autorretrato del maestro, representa la madurez y mira la escena y el tercero, la edad juvenil, prepara su ofrenda.
Todavía los tres son de rasgos europeos, aunque, con las expediciones portuguesas a África, especialmente desde el segundo tercio del siglo XV, ya se empezaba a representar a Baltasar como un joven de rasgos africanos; a Melchor como un señor mayor de rasgos europeos y Gaspar como un señor maduro de rasgos asiáticos.
Con esa nueva iconografía se quería simbolizar el carácter universal de la religión cristiana, que a toda la Humanidad alcanza, independientemente del lugar de nacimiento o color de piel.
Hans de Suabia, en Zaragoza, todavía representa las tres edades a través de tres señores con rasgos claramente europeos y la única persona de piel negra que aparece es un sirviente o un paje.
La mula y el buey asoman en el portal y, continuando con esa perspectiva en espiral, vemos los pajes, los camellos (que son caballos cuellilongos, pues apenas se conocían los camellos en estos lares y mucho menos en las germánicas tierras del escultor) y un poblado con pastores, en la parte superior de la escena. Sencillamente, magistral.
Jorge Marqueta