Las localidades con sardas de tierra roya albergan en la España interior poliedros de 30 metros de altura que se divisan desde más de 20 kilómetros. Son racionalistas, de líneas puras y cuadradas. Siempre contienen un pequeño elemento de expresión de régimen.
En forma de pequeño hórreo, circular o cónico han existido durante toda la historia de la humanidad para superar la hambruna cíclica que todavía golpea en el norte de Etiopía cuando las lluvias no garantizan la producción de tef. También han servido para especular en sentido positivo, para poner en valor las cosechas esperando con riesgo y ventura.
En Aragón y Castilla abundan los mencionados. Los construidos en los años 40 y 50. Representan la autarquía alimentaria, la España del pisito y del verdugo. De manera onírica, simbolizan como tótem a toda la literatura de Delibes, de madrugada de rosada.
Ahora se hacen cubetas enormes de acero inoxidable, se aplican las matemáticas de derivadas y tangentes en orden a garantizar ligereza y uso del menor aluminio o fibra posibles. Se siguen construyendo con menos encanto.
En el día internacional de la poesía, no serán estas instalaciones desmontables, que no edificios, las que glosemos.
Sino los silos del Servicio Nacional del Trigo, SENPA, que tanta vida albergaron en sus inmediaciones, antes y después de la primera mecanización con tractores Deutz que percutían con su único cilindro como las Harley. Arrastrando aquellos remolques-carreta de medio vagón o menos (TARA, Peso Máximo aplicables a cada uno de nosotros).
Los herreros forjadores de balcones o que reparaban ruedas y herraduras de carromato, se reconvirtieron en los 50 en mecánicos de maquinaria agrícola, emprendedores de brabanes de reja romana triple y diseñadores e ingenieros de remolques, sembradoras etc. desde su analfabetismo con maestría industrial.
Era una España gremial, de donde sale el actual temor a que las cosas cambien y que no te elija para mandar el Gobernador o tu sindicato. No hemos superado ese gap del miedo a incorporar a los mejores, no a los más dóciles.
Se advierte con desconfianza la falta de pedigrí de quién no se abone, a sí mismo, al Tendido 5 de sombre de la Plaza de Toros, siempre monumental, o a quien no salga al Rosario de Cristal bajo palio de inversión de 5.000 euros en mantillas.
La conveniencia y necesidad de los silos ha sido superada por los almacenes de uralita de cooperativas que no han mejorado aquél servicio donde se sisaba por el medidor unos caíces de ordio o trigo, donde el lazarillo agricultor no tractorista lo intentaba llevar de madrugada para que pesara más con el aguazón para compensar, donde se extendían pagarés o cheques que constituyeron el primer dinero que corrió en el Aragón interior a mitades del siglo XX, cuando como Corona y al alimón con Génova habíamos inventado desde Cataluña las letras de cambio para permutar cosechas por seda.
Ahora, por otra parte como siempre, únicamente hay revendedores con contactos que, mamando el sistema desde dentro –eso sí es emprendimiento-, lo subliman modo barroco-Buscón y se quedan unos céntimos por kilo para meter ellos, otros no podríamos, el ordio de la Canal o Sobrarbe en la San Miguel de Lleide para hacer cerveza ó en Valls Companys de Duran Lleida para hacer el pienso litero-molleruso.
Las catedrales de hormigón han caído en el desuso. Son mastodónticas por estatales, no son neoliberales… Son un marrón amarillo aluminoso…
Por eso celebro, cada vez que lo veo, cambios de uso que permutan tanto abandono e ignorancia y los devuelven a la vida del uso público.
La galería de arte de Nuévalos, el hotel con telescopio de Bello, el proyecto de rocódromo que nunca veré de Berdún… Hace que esas catedrales del secano que garantizaron el insano pan blanco se visibilicen. Rescatan el regateo, el compadreo, la humillación, la satisfacción y la capacidad de lucha e inteligencia a primera vista de tantos de nuestros abuelos.
Hay un fantástico y peculiarísimo silo en el puerto de Haifa, norte de Israel, que me recordó a tantos silos de nuestra geografía. Es funcional pero con elementos Bauhaus. Garantizaba la no hambre del incipiente Estado de Israel, receptor de la quinta parte de su población por inmigración cada año. Fue el monumento que más me llamó la atención de Israel, incluso más que las murallas de Jerusalén o Jericó.
Simboliza el pan de pita tanto como el silo de Sádaba ha simbolizado el pan de moño de kilo o dos kilos, a pagar mensualmente, descontando de libreta con símbolos de panadero cúficos.
21.03 Luis Iribarren.
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