TRIUNFANTE
Un poco disminuido en sus facultades intelectuales, desarrolló una fuerza portentosa y legendaria en la comarca y murió de infarto, como toda mi familia y allí estamos en esa parte de sangre eusko-foral, pescando en la desembocadura de la Onsella con Aragón.
Tuvo una muerte en aguas aragonesas que le emparentó incluso con Berdún –orientada la viña de mi abuelo que limpió una vez al mismo río que tú, en Javalambre, quizá no sepas que te patronimiza- y un funeral con todos los honores en Santa María de Sangüesa.
La iglesia de dimensión intermedia más hermosa de todo el Camino de Santiago: su luz así lo imponía, su conocimiento del terreno le había hecho atrapar y tocar a medio bestiario de su portada. Le cantó el Coro de Sangüesa, célebre entre los célebres, una octava más baja por dolor y todavía hoy lo recuerdo. No llegaban, no podían, ese día no servían.
Otra vez se fue por unanimidad, con el único debate de la angustia de que nuestra vida sin él, y la de todo su pueblo… pues eso… Hay huecos que nadie podrá cubrir y todos tenemos…
José, como hermano pequeño y débil –en apariencia tenía que ser protegido- siempre acompañaba en trío de trabajo a mi tío Vicente y a mi padre. Que cuidaban de él, pero a los que sacaba de todos los problemas, los únicos que le podían reprender por su exceso de gula sin que revolviera su maquinaria compacta a un par motor increíble.
Era capaz de mover 350 kilos en carretillo, de trajinar veinteséis costillas como record a las que le invitaban o de comerse dos docenas de pasteles de Oneca –hoy Oneka-, y aún le daba tiempo, porque sabía, de ganar varias partidas de mus a cuatro reyes ases del difícil.
En el Círculo Carlista de Sangüesa, que refundó mi abuelo el americano, -hoy bar Leyre y sede de energía bildutarra- en que se instaló una falsa meta volante en euskera no roncalés. Ese año que en pasó la Vuelta Ciclista a España desde Sos que, por motivos unipúblicos, no ha vuelto.
La cosa de impostar costumbres estaba jodida desde que empezaron a celebrar el Olentzero y mi padre, que levantó Nafarroa, no sabía qué cojones era…
Cuando íbamos desde Berdún, y potando siempre en las curvas de Javier, a celebrar el Día de la Ascensión, y yo era el único al que nunca obligaron a confesarse, a mi tío le gustaba reunirnos a mis entonces 13 primos conmigo y llevarnos en andas por toda una calle de protección oficial navarra de frontones, la calle el Pino, a todos abrazados. Estrujados en vectores de 6 o 7.
Le sobraba fuerza para habernos ahogado de seguir por otra calle. Siempre iba al límite para soltarnos, y disfrutábamos entonces de su risa abierta e inolvidable.
A la hora de comer ese día, mi tía mayor le preparaba su plato favorito: un arroz en caldo pegamentoso de congrio con un poco de azafrán, laurel y guisantes. Se lo comía aparte pues no rompía nunca sus rutinas horarias, partidas o pesca con una sobremesa.
He de decir que ni siquiera conmigo, a quien consideraba una prolongación de mi cuidadoso padre. Que, como abstemio que fue, siempre retiró de la circulación alcohólica y de atragantarse a mis dos queridos tíos. Le tocaba como misión, nada más, pero la cumplía siempre con gusto. Lo cuál que también mi padre, Fernando, tenía otro halo de leyenda compartida que yo sentí desde muy niño… El que tengo yo, lo que me queda de mi otro país… Se llama mirar con humanidad.
Triunfante volaba sobre el cielo de Sangüesa, de la que nunca salió más que para ir a trabajar a Rocaforte o Liédena como máximo. Era queridísimo y respetadísimo pese a todas las bromas pesadas que muchos cabrones le gastaban para comprobar su límite de tragar.
Tuvo una misión, como también tienen hoy reglada tantos vívidos e inteligentes primos o tíos que todos tenemos, también en Aragón. Como un perrico, como un abuelo, como un niño etíope al que le asignan tres vacas escuálidas para pasear cada tarde… Y lo hace con la sonrisa de mi tío…
Que nunca perdamos por individualismo de vista a estas personas esenciales, a los animales que nos levantan con una inopinada caricia –ahora que ya no tienen que ir a labrar-… Me gustaría liberar durante la veda a tanto podenco cariñoso de morro siempre húmedo y buscar rastros de raposos…
Me gustaría resucitar a Triunfante para que nos pudiera llevar a todos agarrados de los brazos y dejar de tener miedo, gritar con él “tío, tíoooooo…” hasta quedar afónicos.
Ir a comprarle, guiñándole el ojo, esas farias que no le vendían por su bien o porque nunca supo el valor del dinero, esas que le mataron como a ti otra cosa en tu contrarreloj
No eres mejor que Triunfante, solamente eres en parte él… Intentamos hacerte heredero, tío, para que tuvieras un consuelo en tu vejez y para que las 40 hectáreas que salvaste del patrimonio de padre fueran tuyas… Ese padre al que venerabas cuando te hablaba desde su locura… El único que te podía templar y afinar, junto con tu hermano, que fue el mío.
Lo impidió el derecho torcido, el testamento ante párroco, Navarra, Aragón y otras entelequias. Pero, justicia poética, moriste antes haciendo lo que más amabas: acariciar barbos que se te dejaban picar cada tres minutos para que les pasaras la mano por el lomo antes de devolverlos a Aragón…
Que para mí no es otra cosa que para tí, es mi corriente como lo fue la de Triunfante. Me gustaría morir como él, pero estoy maldecido y contaminado por tanta aparente cultura…
10.09 Luis Iribarren
Triunfante volaba sobre el cielo de Sangüesa, de la que nunca salió más que para ir a trabajar a Rocaforte o Liédena como máximo. Era queridísimo y respetadísimo pese a todas las bromas pesadas que muchos cabrones le gastaban para comprobar su límite de tragar.
Tuvo una misión, como también tienen hoy reglada tantos vívidos e inteligentes primos o tíos que todos tenemos, también en Aragón. Como un perrico, como un abuelo, como un niño etíope al que le asignan tres vacas escuálidas para pasear cada tarde… Y lo hace con la sonrisa de mi tío…
Que nunca perdamos por individualismo de vista a estas personas esenciales, a los animales que nos levantan con una inopinada caricia –ahora que ya no tienen que ir a labrar-… Me gustaría liberar durante la veda a tanto podenco cariñoso de morro siempre húmedo y buscar rastros de raposos…
Me gustaría resucitar a Triunfante para que nos pudiera llevar a todos agarrados de los brazos y dejar de tener miedo, gritar con él “tío, tíoooooo…” hasta quedar afónicos.
Ir a comprarle, guiñándole el ojo, esas farias que no le vendían por su bien o porque nunca supo el valor del dinero, esas que le mataron como a ti otra cosa en tu contrarreloj
No eres mejor que Triunfante, solamente eres en parte él… Intentamos hacerte heredero, tío, para que tuvieras un consuelo en tu vejez y para que las 40 hectáreas que salvaste del patrimonio de padre fueran tuyas… Ese padre al que venerabas cuando te hablaba desde su locura… El único que te podía templar y afinar, junto con tu hermano, que fue el mío.
Lo impidió el derecho torcido, el testamento ante párroco, Navarra, Aragón y otras entelequias. Pero, justicia poética, moriste antes haciendo lo que más amabas: acariciar barbos que se te dejaban picar cada tres minutos para que les pasaras la mano por el lomo antes de devolverlos a Aragón…
Que para mí no es otra cosa que para tí, es mi corriente como lo fue la de Triunfante. Me gustaría morir como él, pero estoy maldecido y contaminado por tanta aparente cultura…
10.09 Luis Iribarren
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