30.5.17

Esconjurar tormentas en Aragón

Esconjuradero en la muralla de Alquézar, Somontano de Huesca
¡¡¡Santa Bárbara bendita, que en el cielo estás escrita, con papel y agua bendita…

Casi coincidiendo con el final de la primavera y principio del verano, comienza el periodo más
agradable para los agricultores… la recolección de todo lo sembrado en otoño e invierno, -estamos en tiempo de cosecha, es momento de “hacer caja”. Pero también es un momento muy peligroso…

¡¡¡estamos en tiempo de tormentas o tronadas¡¡¡

Y estas tronadas pueden llevar a dar al traste, y arrasar con todo el trabajo efectuado por los
hombres y mujeres que viven de estas labores de la tierra, siendo este su principal medio de vida. Para intentar paliar de algún modo estas calamidades, se crearon años atrás, los seguros agrícolas, que tienden a subsanar una parte de la pérdida de las cosechas, en caso de lluvia, pedrisco/granizo, o cualquier otro desastre natural.

¿Pero qué ocurría en tiempos de nuestros abuelos?, cuando casi no existían estos seguros, o bien era difícil, por no decir imposible, abonar las primas de estas compañías, puesto que la mayoría de las economías eran muy ajustadas, por no decir en alguno de los casos, totalmente nulas.

Cuando aparecía la tormenta, y esta no tenia “buena pinta”, solamente un milagro podía salvar
todo el trabajo y el sustento de la casa. En ese mismo instante se “echaba mano” de la Protección Divina, había que tener Fe,  todo estaba ya en manos de Dios, era el momento de intentar resolver el mal que venía del cielo, en forma de piedra, había llegado el momento de “esconjurar la tronada”.

En las pequeñas poblaciones se avisaba al Mosén, por medio del sacristán y otros fieles miembros de la Parroquia , y se procedía a voltear las campanas ,comunicando al pueblo que se iba a iniciar el esconjuro, de la fuerte tormenta que acechaba los campos y que presagiaba lo peor.

Mosen, sacristán, fieles devotos y devotas y demás lugareños, se dirigían junto con la reliquia
correspondiente, a un punto generalmente alto y despejado de la zona ( a veces en la misma Iglesia) en el cual existía una pequeña construcción, de geometría sencilla, generalmente de piedra, un lugar cubierto, y abierto a los cuatro puntos cardinales. Ese sitio específico era el llamado “esconjuradero”.

Una vez todos allí, el sacerdote levantando la reliquia e invocando a la tormenta, se enfrentaba
directamente a ella, intentando deshacerse de ella, desviarla, o en el mejor de los casos, que sus consecuencias no fuesen tan catastróficas, y la piedra o granizo se convirtiese en agua y así, no pudiera ocasionar muchos desperfectos en el término municipal, al que se intentaba proteger.

No debía ser un trabajo sencillo. Imagino la escena y no me hubiera apetecido formar parte de tan singular grupo. El Mosén, levantando la reliquia hacia las nubes, esconjurando a la tormenta con el agua bendecida y las oraciones oportunas, -entre relámpagos, rayos y truenos- junto con el sacristán y las beatas y beatos del lugar; todos de un negro impenitente al igual que las nubes que intentaban disolver, una escena de terror, que cualquier director de cine no hubiera igualado nunca.

Los que no podían ( o no querían) participar de tan singular y peligroso acto, solían entregar al
sacristán “una medida” de trigo o cebada, para compensar su “no” participación, asegurándose así también su protección, al igual que las demás familias.

Otra forma de “espantar” de forma individual o particular estas “tronadas”, consistía en esparcir
por el corral de la casa un pan troceado como ofrenda, y que una vez pasada la tormenta, las
gallinas darían buena cuenta del mismo, y de esta forma-no todo se perdía con el terrible problema.

Cuentan, que una vez un Mosén, se negó hacer el esconjuro, cuando fueron a solicitarlo los fieles habitantes del pueblo del que era Párroco, y éste alegó que siendo natural del pueblo aledaño, no podía desviar la tormenta y mandarla a otro lugar, por si esta fuese a parar a su pueblo, (cosa muy justa y natural , puesto que-lo que no quieras para ti, no lo quieras para los demás).

Todavía hoy existen algunos de estos esconjuraderos repartidos por los pueblos de nuestra
geografía, pero naturalmente ya no se “ofician estos actos”. Algunas de estas pequeñas
construcciones, han sido restauradas,como patrimonio cultural local y forman parte del recuerdo
de una época en la cual el pueblo solo podía confiar en la protección divina, y en la fe de sus
creencias.

FJ Murillo 2017

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