No hay nada que siente peor a cualquier persona o a cualquier institución, y más a cualquier sociedad: que la deslealtad, el ninguneo, la zancadilla, el orillamiento mental. Y con Aragón es muy habitual, excesivamente habitual, que se nos ningunee desde Madrid, cuando no también desde cualquier otro territorio vecino.
Ser pocos no es sinónimo ni de ser tontos ni mucho menos de tenernos que callar. El respeto se gana, sin duda, y por eso no debemos soportar ninguna acción que nos quiera tomar el pelo, sea con vueltas legales o con la fuerza de la presión de quien sabe que es más potente y nos quiere tener por debajo.
Aragón es imprescindible en España, los aragoneses también. Pero con el debido respeto.
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