El Trasvase del Ebro es una amenaza para Aragón que nunca muere y que vuelve a despertar cuando menos se le espera. Ahora vuelve con diferentes actores para los que hay que tener memoria. Por ejemplo, Perico Arrojo, el que fue ideólogo de la nueva cultura del agua, apoyó precisamente el proyecto de trasvase a Barcelona justificando la obra por una hipotética situación de emergencia.
El que fue asesor de la ministra socialista Cristina Narbona dijo que ese trasvase no era lo mismo. Por eso me da pena que no haya en el Congreso ni un solo diputado de partido autóctono para alzar nuestra voz. Desconfío de los estatales, enzarzados en culparse por abrir el grifo de hormigón.
Y qué se puede esperar del Consejo del Agua, donde sólo Aragón y algún grupo ecologista desautorizan esa posibilidad? Ciudadanos, el partido que tuvo su germen en la plataforma cívica Ciudadans, casualmente ha sido el primer grupo político en utilizar la palabra trasvase, para solucionar el problema del agua en la península.
Enfrente están los soberanistas catalanes, preparando su idílico Estado, a costa tantas veces de las buenas gentes de Aragón. Si no era suficiente especular con nuestra historia, límites geográficos o expolio de bienes —por cierto seguimos sin saber dónde está la jueza y el transportista que los traería— ahora preparan sus reservas de agua para su futuro Estado, sin informe preceptivo ni artículo que valga.
Y si queda alguna duda a mis temores, Rajoy les promete benéficos si se portan bien.
Sabiendo cómo las gastan Puigdemont y sus adláteres, me temo que seguirán haciendo de su capa un sallo lo diga el juez o el tribunal Constitucional. Solo con la unión de la sociedad aragonesa y nuestros políticos —siglas aparte— podremos volver a frenar esta nueva amenaza.
Desde fuera no esperemos nada.
Daniel Gallardo Marin
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