En Zaragoza nada se nos debe torcer, no estamos para contemplar el futuro como roto o torcido, estamos para verlo recto y con capacidad de llegar a las metas que necesitamos. No es optimismo vacío, es necesidad.
Este pequeño trozo de la piel zaragozana es perfectamente reconocible. Es el recinto de la Expo, ese mismo que sigue a medio utilizar y que constantemente nos cuentan milongas y promesas que nunca se cumplen.
Pero nosotros vamos a seguir teniendo ese convencimiento de que al final será posible el futuro. Vamos a seguir dejándonos engañar. No nos queda otra. Y aprenderemos de una vez a decidir a quién elegimos para que no nos prometan mentiras.
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