20.1.19

Colas cívicas y culturales en Zaragoza. O de las otras

Las colas demuestran sed de cosas, barras de bar en acción, trágalas de que mis impuestos me revierten o revierten a quien a mí me salga de los huevos de caballo de Espartero. Y que mi país lo tengo escriturado, cosa cierta, porque lo reconquisté de nuevo en guerra santa.

Hay otra vez colas Riefensthal, colas cardadas y a paso ligero-descansen-ar… 


Hacía tiempo que no se vivía una cola como la de ayer. De gente de bien. De otros que si no se mueven, no saldrán en la foto. Los culpables de poner a cualesquiera enemigos de las libertades.

No rollo apache con yurta en plaza pública, como esos excluidos sociales a los que hacer caridad que se lo hacen pero no lo son.

Por eso anoche, tertulia con cambio de onda. Conversación antológica en el romántico Bar Boterón sobre las colas de nuestra vida. Ya no queda lugar a dudas, la desmemoria se corrige rápidamente con San Google, lo que acrecentará nuevas modalidades de alzheimer slow y veganos. 

En Aragón dejar de comer cordero, es no ser patriota.

Fue una puesta en común de colas en otras fuentes, para saciar otras sedes. La sed de vivir una cultura pública y democratizada, sufragados los déficit por los bollantes y mollares primeros ayuntamientos democráticos. Lo que se dice un Rosario de Cristal para todos, y no solo para el gremio.

Yo puse en el recuerdo y en el valor las mías, hechas en noches de escarcha por amor. A veces las hice por mí mismo, pero mayormente por aquella novieta que bailaba y quería ver a Nureyev en el Principal, cola que me agotó tanto que solo aguanté diez minutos del maestro sin dormirme profundamente. Eso sí, lo recuerdo todo ojos Diagilev y se ha mantenido en mi memoria más que otros conciertos.

La mía a full fue para oír al entonces y hoy mítico para mí Wim Mertens. El belga me había dejado impactado con su “Maximizing the Audience” en mi devota audición diaria del programa de Radio 3 de Trecet, recomendado por mi vecina extremeña de casa de alquiler. 

Un beso Loli, eres una hermana mayor total.
Lo revisé posteriormente en el Cinema Elíseos, otra cola, cuando fui a ver “El vientre de un Arquitecto” de Peter Greenaway.

Ayer también me recordaron las colas que se tenían que hacer para matricularse y pagar en Filosofía o Derecho, las tasas en la Ibercaja de la esquina de la Plaza San Francisco. No había oficina de atención al ciudadano y la única protección era un abrigo negro que desteñía de Pardón, modo The Cure.

Ante la incomprensible y atónita mirada de nuestros padres metalúrgicos que no metaleros, pero heavys, vayan estas colas cívicas para amamantar qué trajo también de bueno nuestro ya denostado régimen.

En esas colas no pasábamos listas de ausentes.

Este artículo quedará resumido por si no lo queréis leer en: 

Hashtag: quierovolveraverpeliseneleliseos.

18/01 Luis Iribarren


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