Que no vamos a encontrar a ningún japonés en Magaluf, Benidorm o Sanxenxo es cosa sabida. Difícilmente en Zarautz o incluso Biarritz.
Que sin embargo sí los encontramos en el Camino de Santiago, en los territorios Gaudí o Velázquez –aquí no comparecemos con Territorio Goya alguno- o en los Alpes y por qué no en una segunda visita en los Pirineos, es cosa ya vista también y no tanto hace 10 años solamente…
Oriente valora especialmente los utensilios de madera y lacados, la vida vivida y desgastada. Es un universo nunca reluciente.
Que los japoneses no son diferentes en comportamiento a cualquier pueblo de Extremo Oriente en cuanto a refinamiento, pasión por la cultura y el silencio,… empezamos a advertirlo con China como principal proveedor de visitantes de la propia Zaragoza.
Este artículo lo inspira una conversación con Marqueta y la lectura de un opúsculo de Tanizaki recién publicado que ha caído en mis manos. Este autor es un Machado en relación a lo que Soseki es un Galdós, y con eso creo que se entiende su singular importancia en ese crucial momento donde la modernidad en Japón cuestionaba y arrasaba con todo, con un Japón no imaginario (¿existe Aragón y tiene entidad real de algún tipo o somos un apéndice hispano-trumpista?)… También fueron los tíos intelectuales del Cela-Delibes-Pla japonés, el impresionante Kawabata, al que le consideramos en su día aragonés.
Todos ellos alumbraron al Umbral de la cosa nipona, el excesivo pero en ocasiones muy poético Mishima. Autor muy apreciado por chicas sensibles con el mejor título de obra alguna que quepa: el aragonés que perdió la gracia de Aragón…
Autor que gusta mucho fuera de Japón pues, aunque era ultranacionalista –sintió como propia la humillación de la derrota del General Tojo en la Segunda Guerra Mundial- anticipó a Murakami en temática, que no es sino la de Faulkner o Kenzaburo Oe, las relaciones humanas universales.
Sin embargo, debe tenerse en cuenta, debemos más bien en primera persona pararnos y reparar –siento mucho utilizar esos verbos reflexivos en los que nunca somos responsables de nada de lo que hacemos y pensamos-, en que en el diseño de kimonos, la buena salud de la ceremonia del té o gastronomía japonesa, la fabricación de papel, encuadernamientos o fortaleza del teatro y títeres tradicionales… en una palabra, en la preservación de la forma de hacer sake, arroz, cerveza o katanas de bambú… late ese interior japonés que en todo hijo de la cultura central china también existe…
Rodenas, Teruel. Creo que es la localidad aragonesa mejor integrada en su entorno, casi parece un pueblo de Mali de piedra. Sus sombras las genera la luz de septiembre, pero más todavía el eco de los gritos de los niños que no volverán hasta abril. Sería una perfecta visita para un oriental.
La pasión por la irregularidad, por el revés de la vida, por no iluminar los espacios de forma estridente ocultando los habitáculos con enormes tejados… La laca contra el ruido al chocar de los utensilios de cocina contra la porcelana… En definitiva, la sombra contra la superficie siempre inconsistente de una realidad traicionada por los sentidos…
Quizá el texto de hoy sea demasiado filosófico. No lo creo.
Cualquier aragonés, para que nuestro país sea atractivo para esta modalidad de cultos y tranquilos visitantes, debería volverse hacia sí mismo, no volver a su pueblo cada verano de forma barata y urgente, por huida del infierno de calor que reverbera de los edificios.
Aprender, sí. Y enseñar tras ello. Aprender a detenerse ante la floración de nuestros cerezos que es no menor en belleza, para admirar la importancia de nuestras propias sombras: las que producen los Mallos de Riglos un atardecer de septiembre sin renunciar a una bajada rápida de un río.
Sentir la luz de otoño que matiza nuestros cementerios generando luz blanco-rota, el silencio que asola pero embellece con cantos de pájaros nuestros lugares tras cada verano –esa ausencia eco de los gritos felices de los niños de ciudad jugando en las calles-, paladear y tocar la cara de nuestros mayores, palpar la sombra que recorre cada arruga de cada aragonés de casi 80 años todavía con huerta…
Lo que queda de los Mallos es lo más cercano
Devolver el uso a la cerámica de Naval o Teruel, calentar en ella poco a poco nuestra comida, recuperar la sopa como mantra… la cocina de aprovechamiento esta que dicen…
Deleitarse con la hermosa fealdad de un tomate rosa arrugado, de una uva moscatel de parra, de un membrillo de la membrillera comunal que ya nadie recoge y yace en el suelo de la huerta abandonada, sembrada de cereal Monsanto, violada por una cosechadora que no entra y que arrasa un canal cuya agua suena en mí sostenido y dio su inequívoco sabor a esa calabaza o esa berenjena, si pensamos en Híjar, desde fechas anteriores a que fuera erigida La Seo…
Es lo que Japón y Asia espera de nosotros, que valoremos y cuidemos nuestro lado oscuro con humildad. A partir de lo cual, es imposible darles un mal servicio porque es seguro el buen servicio y el valor de la pausa y no del grito que habrá nacido en nosotros mismos.
Se puede mejorar si lo que está en juego es valorar Aragón de otra forma. Tiene además premio, aunque sea efímero y no tenga relación ninguna con el beneficio logrado a largo plazo.
Quedamos, querido PSOE, que el estraperlismo, el jesus-gilismo empresarial que se aprovecha de cada reforma del mercado de trabajo impulsada por ustedes igual en Torla que en Santander, que la rapacidad bancaria que provoca un desalojo incluso en Utrillas donde el director desalojante debe abandonar la localidad y ser reemplazado pues nadie cabal humanamente lo entiende, habían quedado atrás tras pinchar la burbuja inmobiliaria. Que las coaliciones a ustedes les cambian y que no fagocitan a sus socios…
Que los triunfadores verdaderos son los que no pueden cambiar de coche, los recicladores vintage ¿o apoyan el Espacio Las Armas por postureo?… Que aman Aragón porque lo viven como bendito problema y no como maldición, nuevo camino de Santiago que les marcan desde Huesca a los rápidos cincovilleses… ¿o no?
20/09 Luis Iribarren
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