No soy adivino y por eso es difícil vaticinar cómo va a terminar este sarao catalán pero lo que sí sé es que me aburre y me cansa. Los medios de comunicación convierten este monotema en una enfermiza "ecopatia" que nos deja, incluso, sin sentido del humor.
Y ya lo último que nos está afectando es a las relaciones de la familia. Por miedo a perder lazos familiares o de amistad, uno intenta no expresar abiertamente sus opiniones porque decantarme en un sentido, me convierte automáticamente en enemigo del otro, pero si callo mis enemigos pueden ser ambos.
Qué casualidad que a Aragón siempre nos coge en medio.
No creo en el gobierno de Madrid, solo me resigno a convivir con él. Se le escapa la credibilidad ante las pruebas de corrupción (indiciariamente, como dice el policía que investiga la trama Gürtel) y, enfrente, los otros, sumidos en su locura independentista, ponen en peligro el bienestar social del resto.
No sé si el poder de quienes ha de ser ejemplar su labor les cambia como personas, pero sí revela quiénes son unos y otros. La vida es demasiada bella como para empezar cada uno de mis días con un gesto de preocupación, y demasiado corta como para malgastarla deprimiéndome por cuanto no están en mi mano solucionarlo.
La saturación de información dedicada a unos y otros no puede cambiar mis hábitos de vida, mi familia, amigos, mi rutina o mis aficiones. Ni tampoco mi felicidad y autoestima nunca puede ser alterada por quienes buscan su protagonismo de una manera u otra, sin mirar el precio que los demás tenemos que pagar por ello.
Mis simpatías, eso sí que no me retraigo en expresarlas, están en la defensa de nuestros déficits, entre otros muchos, frenar la despoblación o tener una salida a Francia. Curiosamente dos cuestiones que nuestros agraviados vecinos, según ellos, ya las tienen resueltas desde hace décadas.
Daniel Gallardo Marin
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