Para Miguel Ángel Díaz Laglera y toda su familia y amigos. Mis cicerones musicales para siempre.
Hace meses se anunciaba la celebración del II Congreso de la Despoblación, fijadas sus sesiones para el feliz y cálido mes de junio de 2017. En el Palacio de Congresos de Huesca se debatieron políticas para ralentizarla, no sé si combatirla, como se ha realizado este fin de semana en Soria con la I Feria Nacional para la Repoblación de la España Vacía Presura.
Combatirla a fondo depende de cuestiones y causas de oportunidad, de geopolítica, mocroeconómicas… Y de la libre circulación de las personas, de conseguir entornos de vida privada en espacios poco poblados, donde las relaciones se desgastan demasiado. Donde es difícil ser gay, músico o simplemente trendy. Pero donde si te quedas, tu trabajo sirve solo para sobrevivir y tienes tiempo y apoyo para otros menesteres, tu verdadero amor o pasión. Por eso este artículo y dedicatoria.
Con el anuncio del problema constante de la despoblación en Aragón me he acordado otra vez de cuando Monzón perdió unos 4.000 habitantes con la conversión de la carboquímica en industria petroquímica a Tarragona, ya mencionadas en otra entrada. Es un momento poético e intenso en la historia de una población, cualquiera que ésta sea. El final de la dependencia, el comienzo de la amarga transición hacia ser “emprendedor” de clase obrera…
Tu padre nada ha hecho para que le reconviertan, nada más que sentirse parte de una empresa más que sus socios capitalistas.
Monzón: inagotable cantera musical, siempre pendiente del clasicismo y de nuevas tendencias. Desde “Muchas Macetas” a mi querido funky para bailar. Excelente destino para tomar un vino en sus cafés con jazz.
Creedme que de ese golpe moral es difícil levantarse. Solo a través de la música, el deporte o los espacios abiertos y su disfrutes se puede… No todos pudimos. Y es discutible que hayamos podido los que lo hicimos.Aquél momento de desesperanza y pérdida de población, la más emprendedora, más el baby boom desempleado y la droga dejaron un importante rescoldo y una enorme resaca en una ciudad que tenía orgullo industrial. Cuyos principales centros formativos eran un centro salesiano de FP y su impagable Escuela de Música, actual conservatorio. Habría que sumarle, menos mal esa huída yonki hacia otra multiactividad, el efecto Moracho y la pasión de los montisonenses por el deporte y el pireneismo. En el último viaje sí acompañaron las instituciones.
De aquel momento amargo en Monzón y Sabiñánigo, asoladas por la reconversión industrial y el final de las industrias contaminantes franquistas -ya nos hubiera gustado en el segundo caso ese final- como si de Sestao o el Barrio La Jota en Zaragoza se tratara, la primera efectuó una huida hacia delante, a la búsqueda de su singularidad histórica y de una nueva relación empresarial con su comarca.
Castillo de Monzón en día de cierzo de febrero. Contra Peña Montañesa y Cotiella. El eje Barbastro-Monzón-Binéfar, plagado de apellidos de Sobrarbe y Ribagorza. Cotiella tapa Posets, menos mal Miguel Ángel… Pero tu hermano se asoma al fondo. Yo lo veo en la punta de Cotiella.
El castillo de Mont-Rodón, todo lo templario redondo, las cerezas de Cofita y el jazz a través de programación propia como nuevas señas de identidad. Como dice Joan Clos, antiguo Alcalde de Barcelona, la reconversión de la Manchester del Mediterráneo hacia una ciudad hotel con 80.000 empleos que han pasado al servicio de los cruceros.
La pasión de los montisonenses por el medio ambiente: la premiada revitalización de las riberas del Cinca. El paso sin estridencias ni renunciar a políticas sociales de un municipio IU -con alcaldes y concejales sindicalistas- a otro muy parecido a Binéfar, regido por la derecha o por empresarios socialistas de las madalenas. De todo eso me he acordado esta semana.
Ahora que emergen por cabezonería de funcionarios festivales de jazz en todo Aragón, sin público que los celebre. En Canfranc, en Graus, en Teruel… incluso en Zaragoza.
Pero en los años 80, como cuando se levantó la impagable revista “El Oriental”, un grupo de intrépidos cabezones, un poco liderados por Jorge Ballarín, programaban un festival auténtico, de jazz verdadero, popular… Para deleite de esa ciudad de músicos donde fue criado por templaros Jaime I, el de la calle-cardum de Zaragoza. Donde se disfrutó de tanta buena música gregoriana y prerrenacentista en tiempos de la Corona, al albergar la ciudad de manera habitual las itinerantes Cortes de Aragón y ser corte.
Cartel del programa del Festival de 2015. Hecho desde la base por “amigos del Jazz”, véanse los resultados. El sector público únicamente no lo ha obstaculizado.
Amigos del Jazz, no ningún Ayuntamiento ni técnico, “seguimos” organizando el Monzón Jazz Festival. Vamos a disfrutarlo entre sus gentes. A ese gran desconocido en Aragón, que forma enorme parte de mi memoria afectiva. De todo lo que se puede conseguir con voluntad y amor a la música sin demasiados apoyos. Una ciudad musical de base, Monzón. Música arrancada de la desindustrialización, el efecto que comparte con Sabiñánigo o Glasgow. El arte como huida a través de la belleza.
30/10 Luis Iribarren
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