Espoledos por nuestras comunidades vecinas, Castilla-León y Rioja, se ha movido pieza en lo Veruela y con el vino de garnacha. Se han exigido o pagado rehabilitaciones, como las de las catedrales de Albarracín y, especialmente, Tarazona para sobre ellas generar alta gastronomía y turismo intemporal.
La exposición itinerante “Las Edades del Hombre” ha puesto en el mapa de Babelia, lo que es decir de la más alta cultura en castellano, lugares como Palencia, Zamora, Toro, Aranda de Duero o el Burgo de Osma. Para siempre sellados por su importancia y singularidad patrimonial, en un efecto castellano de búsqueda de visitantes más allá del Camino de Santiago. Semejante al espaldarazo a Valladolid como capital estatal de tapas y ciudad de cine festivalera, márquetin inverso a meter un Guggenheim de Calatrava en cada ciudad.
El enoturismo riojano y la calidad de los monasterios de San Millán como especialísima cuna del castellano –de ahí su dicción seca por ibero-vasca- no hay que presentarlos.
Pero en Mallorca ya están yendo más allá, porque vienen de vuelta. Lo han ensayado todo, con grandes logros como la sobrassada amb mel y el carajillo en su punto justo de ron dulce.
Ya se profetiza desde Balearia que la siguiente crisis implicará el estallido de la burbuja turística. Que es insostenible el actual sistema de transporte de viajeros en términos medioambientales, y aunque luego hagan senderimo por las sierras. No hay buenos ni malos: los primeros hippies ricos hacia Ibiza, los segundos hooligans brexit to Magaluf.
Lo mismo sucede en cordilleras y destinos de interior, con los helicópteros subiendo viandas a los albergues inaccesibles.
Ha nacido un nuevo punto de vista de crítica al turismo, incluso al ecológico y respetuoso. Anteriormente bendecido por un conjunto de mantras como único capaz de garantizar vender producto cero artesanal de calidad.
Reciente publicación se ha presentado en Ses Illes con el inequívoco título de: “Turistificación global”. La misma recoge una visión y diagnóstico críticos de cualquiera de las modalidades de turismo que se vienen practicando, dos de las cuales suscritas por autor mallorquín y alemán afincado.
Denuncian que el turismo nunca mejora la vida de quienes lo padecen. Que las comunidades locales no viven del sector sino al contrario: por encarecimiento de los precios de los alojamientos, presiones para desalojos, costes ambientales de las ocupaciones de espacio, por darse la espalda en los espacios protegidos –al regularlas- a sus usos tradicionales que pasan a ser concesiones…
Además de la precarización laboral, traducida en que cualquier reforma laboral al tratarse de la mayoría de empresas turísticas de iniciativas con planta familiar o de PYME se ensaya y se ensaña con sus empleados. Que es el escenario fundamental de empleo de la inmigración se ve mucho mejor en la España periférica de mar y paella precongelada.
Por último apuntan una realidad por mí vivida, y por eso me ha parecido tan sonrojante no haberlo pensado. El paso de temporadas de mucho estrés de atención a otras bajas sin nadie precariza las condiciones de vida de los trabajadores de hostelería. Además de que les obliga, y también lo apuntan, a maratonianas jornadas que solamente pueden cumplirse día tras día mediante el consumo de estupefacientes de distintas ganaderías.
Una cruda pero real reflexión: dicha precarización vital generará juguetes rotos a edades tempranas, costes para los sistemas de Seguridad Social asumidos antes de que tocara.
La balanza sale inclinada hacia que el turismo tal como lo conocemos debe estallar como burbuja. Aviso para interiores.
Aeroport de Son Sant Joan, a punto de contribuir un poco más al agujero de la capa. Ciutat de Mallorca, Aragò Est, 16.11. Lluis Iribarren, de la franxa almogàvar de ponent.
Luis Iribarren, de la muga oeste roncalesa. - Ciutat de Mallorca, Aragón Este, 14.11.
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