5.11.19

Justo entre las naciones, Ángel Sanz-Briz embajador de Aragón

Nunca se podrá ponderar ni glosar lo suficiente el empeño del zaragozano Ángel Sanz-Briz, el Ángel de Budapest. Su tarea humanitaria, humanista, cristiana de convicción pero profundamente universal en ejecución en mitad de unas circunstancias en que su vida pendía de un hilo. Y tuvo que bailar para seguir andando.

La acción combinada del denominado austro y húngaro fascismo, comandado por el repugnante Szálaci Ferenc, y la acción de Eichmann para la deportación de los judíos de Budapest y Hungría estaban surtiendo su mortífero efecto. Saturando el tráfico de salida de la estación Kelety –la que mira a Cracovia-Auschwitz.

En número de más de medio millón ampliado, por otra cantidad sumamente brutal de población de etnia gitana, fue puntualmente impedida por este alumno de Escuelas Pías de Conde de Aranda de Zaragoza.
Llegando a salvar la vida mediante entrega de pasaportes españoles a un total de más de 5.000 judíos húngaros, de los cuales solamente 200 tenían origen sefardí. Mediante la aplicación de un Decreto que propiciaba, y hoy se ha reproducido, dicha condición a su comunidad judía. No a la zíngara, aspecto en que no pudo entrar.

El ensañamiento y desprecio de los violadores, en sentido amplio, en el cerco del gueto de Pest fueron enormes. Aunque ha pasado más a la posteridad y memoria colectiva el alzamiento valeroso e impotente del de Varsovia, reflejado en la soberbia cinta “El pianista” by el juder Spielberg (macabro apellido: la montaña del juego).

Por tratarse de la mayor de Europa que hoy alberga la sinagoga más importante fuera de Israel; por albergar la mansión del líder del sionismo: Teodor Herzl; por ser cuna de fascinantes intelectuales a mayor grandeza de Austria-Hungría: entre todos, los Kertesz escritor y fotógrafo y mi muy apreciado y sutil novelista Márai Sandor; por ser el escenario de imperios que en panteones siempre terminan, como los grandes almacenes Kiraly o de Ganz…

Por la simple abundancia y refinamiento de las menorás (candelabros), cuadros y relojes exhibidos en las tiendas o librerías de la calle Dohány o la avenida Rácókzi… Nadie lloró y muchos miraron con desprecio el cerco, las manifestaciones forzosas de las víctimas por las calzadas desde las poco más elevadas aceras… Fueron esos rubios con pelo pajizo y ojos en ocasiones bovinos cuyos antepasados fueron sajones o, también, magiares de los Urales…

Los creyentes en el Gran Valdefierro y su necesaria expansión a galope de caballo, pelo en trenza y tartar de carne cruda.

Dos horas tuvieron las víctimas al día para salir vigilados; eran segregados en la fascinante red pública de transportes de la ciudad como otros en Soweto; se les impedía el uso de los refugios y sótanos seguros en caso de bombardeo; se les prohibía, aún peor, el chafardeo y abrir las ventanas para conversar…

Con la enorme desventaja urbanística de que las casas nobles austrohúngaras se abren desde un pasillo de entrada de caballos a patios interiores-corralas demasiado fáciles de yugular…

Desde su residencia en la Embajada española, cerca de la plaza Octógono, al futuro embajador en Perú o la Santa Sede le tocó curtirse en una diplomacia urgente y arbitraria. Se echaría 20 años encima en 4, no valiéndole ni la toma de aguas en el balneario de uno de los financiadores de la barbarie como fueron los Krupp y Thyssen, el honrado ciudadano Szécheny.
Es una zona la de la embajada en que vivió, y lo es aún hoy, semejante a lo que debieron ser arterias como Sagasta en Zaragoza o el Barrio de Chamberí en Madrid, antes de sufrir especulación por centralidad. Llena de palacetes, casas de pisos señoriales de estilo ecléctico, espléndidas terminaciones y puertas del nuevo estilo…

Vertebradas por un metro, una red de tranvías y estaciones férreas que en España hemos trasladado. Mediante inversiones para incomunicar comunicando que han representado tres veces el gasto de haber puesto la red y estaciones con que se contaba para asegurar 200 kilómetros por hora y media o una hora más de desplazamiento.

Ningún financiador de partidos superará la belleza del diseño original del primer Talgo.

El Ángel de Budapest tiene un merecido reconocimiento en el callejero zaragozano. En plaza abierta, soleada y ventosa: lo que menos recuerda a un gueto que hay. Cerca de espacio público de celebración de éxitos para cada generación aragonesa: el príncipe Felipe del CAI-Casademont.

Un andador de nuevo cuño porticado la comunica con el imperial Palacio Larrinaga, que por calidad arquitectónica no desmerecería en el entorno cotidiano en Budapest de Sanz-Briz.

Zaragoza y Budapest están hermanadas, juntamente con el Estado de Israel, por este preclaro aragonés. Al que imagino con los andares, indumentaria y savoir faire de un Falcó de Pérez Reverte… El legado de este superviviente debe dar lugar a unas jornadas anuales humanistas que lo revivan… No solo en forma de plaza dura, sino de boulevard permanente ajardinado en nuestra memoria…

05.11 Luis Iribarren

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