Para Javier Sáez Barrau, que me ha mandado las imágenes, y resto de amigos tan queridos que me acogieron en un lugar que considero uno de mis lugares en el mundo.
Si no se hubiera repoblado tanto y tan mal en los años 50, la carrasca –el monte negro- sería la especie dominante y autóctona, con permiso del boj nervudo, en el monte aragonés. En esa cuarta parte de superficie forestal que tenemos manda el pino verde sintético silvestre –haciendo poco honor a su apellido-.
Si no se toca el monte, en los lugares donde ya no se corta para encender os fogarils, es la familia quercus el árbol que lento brota. Ese chito de crecimiento centenario, que ya no se come ganado alguno y que los monos que debía haber en la península usaban para brincar desde el Pirineo a Gibraltar. Es el árbol, además, del escudo de Aragón, el árbol de Sobrarbe es una encina o carrasca heráldica.
Hay muchos subvarietales y primos de las carrascas, están también aquéllas productivas inseminadas de las que hemos hablado. Árbol que muere y renace en ciclos prolongados de sequía. Árbol perenne que se automutila una parte del ramaje, porque también le gusta una mínima precipitación y humedad para subsistir.
Podríamos citar la carrasca más bella de Aragón, árbol singular, que no por casualidad es somontana. Clavada a la tierra feraz de esa faja que desde el Penedés hasta Haro aporta los mejores vinos, aceites y almendras del mundo en un espacio orientado al sur desde las sierras y plegamientos exteriores pirenáicos hasta la estepa desértica kazajo-pirenaica. Los escasos humedales ocupados por tantas especies de aves como en Tartaristán. El Ebro y sus afluentes y el Amur Daria y los suyos, regando escasos kilómetros de cinta verde a cada costado en sistemas hídricos debidos al buen Islam, a los técnicos árabes y persas generadores de jardines de especies comestibles.
Permutamos la granada iraní por el melocotón calandino y resolvemos la ecuación.
Pero no, no vamos a poner la encina de Peracense o la carrasca de Lecina –en las estribaciones de Guara- como ejemplos, aunque presentamos imagen de la segunda. Tampoco la preciosa ornamentación vegetal a base de encinas –en fotos históricas eran plátanos como los de la plaza de San Pedro el Viejo- de la Plaza de la Catedral de Huesca, el severo y oscuro árbol realzando y matizando la magnífica piedra cincelada de la catedral y la severidad renacentista en ladrillo del espléndido consistorio de la segunda capital de Aragón.
Vamos a aprovechar, en cambio, este abundante y en proceso de recuperación árbol para elogiar una vez más el espíritu binefarense. El corazón de este lugar oasis de regadío, que ha aprovechado de maravilla un agua de Barasona siempre escasa, un término municipal exiguo pero unas excelentes comunicaciones para, sin demasiada ayuda externa, propiciar con una extraordinaria fe en ellos mismos un conjunto de proyectos e iniciativas singulares.
Entre muchas, me gusta especialmente la labor efectuada por colectivos ciudadanos de Binéfar, con apoyo de su Concejalía de Medio Ambiente, en la repoblación de la Sierra de San Quílez. Bendecido su término por el regadío citado, no han olvidado su origen-páramo y su población se ha volcado desde los años 50 en plantaciones populares de carrasca en la cara norte de la faja montuosa que discurre entre Monzón, Binéfar y Binaced. Donde los binefarenses tienen sus torres y donde discurre a poca distancia, como si de un torrente de sierra se tratara, la vital Acequia de Zaidín, origen de su prosperidad.
No es casualidad que el instituto de Binéfar se llame Sierra de San Quílez, siendo este topónimo muy desconocido fuera de la comarca. Todo se originó por la implicación de un maestro y los escolares de la localidad a partir de la década citada, en la recuperación de este monte mediterráneo.
Les agradará saber que en euskera el apellido que porta Víctor Mendoza, que da nombre a uno de sus colegios, significa “monte frío”, cara norte de baso o selva (como en el topónimo Selva de Oza o Yebra de Basa-Basoa).
Se podría haber avanzado más contratando a empresas especializadas por el Ayuntamiento, no se ha querido nunca, se ha querido implicar a los vecinos. Solo se han conseguido 10 hectáreas repobladas pero cada árbol tiene dueño.
Desde la participación ciudadana, los quintos, jubilados, escolares y resto de población han conseguido que estos montes sean su parque, implicándose además en su más dificultoso mantenimiento para evitar que se incendie. Es por ello que la imagen de portada es para las carrascas no perdidas y ganadas de este nuevo bosque que todos los aragoneses deberíamos visitar con respeto una vez. No es imponente, pero es el más emocionante lugar donde se lucha contra el desierto en Aragón.
27/11 Luis Iribarren
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