27.8.24
Berdún-Comala y el final del verano: Aragón Derviche
En la parte alta de mi villa había tres bares en los años ochenta y un trasiego de gentes formidable. Dos carnicerías y dos comercios, el Ayuntamiento de cinco núcleos, la notaría y hasta dos sucursales bancarias, provocaban un incesante ir y venir de los agricultores y sus familiares.
Que al tiempo compraban sulfatos y semillas, dejaban a herrar los aperos, a los críos en la unitaria nacional, y a la vez aprovechaban para una tertulia de café o vino tinto de mitad de mañana y se visitaban en el consultorio, después dentro de salud.
Todo con la muda limpia y blanqueada en ceniza de la previsión o porque se liaban.
Vueltos los veraneantes a sus menesteres en las ciudades y sus hijos a sus centros escolares urbanos, sus clases abarrotadas de niños con los que no habían jugado en verano, comenzaba la otra vida del Alto Aragón derviche. El baile del verano tardano de los frutos, la sinfonía de la vida real.
Aquellos abuelos llegaban y más salían de las tabernas ciegos de amor, venían de sus mundos ante los que giraba el sol, mandaban afilar en las herrerías y formaban parte de un país y una Jacetania de la unión en la devisión.
Fuertes y educadas, nerviosos y a la vez aplomados, ellas y ellos poseían maneras espléndidas y divinas. Sujetaban los racimos antes de comerse un suficiente grano de uva moscatel de parra al modo de Mesalina, tallaban una sola rodaja de longaniza y fundían su grasa en el paladar.
Y mi mirada sobre ellos se tornaba sin saberlo un sueño cinematográfico que Giuseppe Tornatore hizo que se me hiciera vida en “Cinema Paradiso”.
Cada semana mi lugar se visitaba por viajantes sin estudios que hablaban llenos de fervor, con palabras como mares o pantanos, algunos de parca expresión de profundo verdeazulado de ibón.
Les recitaban al oído a mi abuela y las demás de mi calle la caída de una tela, la importancia de un hilo de Sabadell blanco brillante para terminar su colcha de ganchillo, les transmitían las fórmulas del amor y de las especias necesarias para hacer buena torteta.
Todos bailaban la vida después del final de las Ferias con movimientos precisos y suntuosos de alto tango, y giraban como derviches en una ceremonia indescriptible que se llamó Berdún.
Mayormente lo hicieron en soledad con sus perros y caballerías yendo a dallar, solitarios como el sol con un único cuerpo en unión con la tierra, haciendo desaparecer por varias horas su identidad. En tierra te convertirás, en tierra caliza de trufas.
Movimientos y sonidos precisos aportaron otras con un golpe seco contra el viento, con un giro elíptico heredado para plegar sábanas o tenderlas tras lavarlas en el río en las matas de verga. Delicado era el gesto de depositarlas apiladas levemente, cayendo como milhojas, entre frutos de membrillo.
En su conjunto representaron un cuerpo orbital único, una ceremonia de la unión derviche de gestos apilados, como al principio fue. Como es el secreto de embotar el tomate maduro de septiembre al baño de todas las marías.
Ellas renacían con cada aliento de niño que parían, luchaban por su vida sin temer a la muerte por tenerla próxima, se asfixiaban sin saberlo de amor y compromiso.
Quién se podía cansar de todos ellos como uno, como el personaje que debieron ser en la orquesta sinfónica llamada Berdún, en la que ni su cura llevaba la batuta. Porque el diapasón era movido por siglos de idealismo y eficacia.
Se invitaba a quedarse varias horas, se ofrecía en todo caso un café azucarado a los hombres y mujeres del amor: vinieran quienes vinieran. Infieles, judíos o idólatras, eran invitados a un refugio que no era el de la desesperación.
Cuando apretaban las rapiñas de las guerras, se dirigía cada uno directamente a su dios. Todos místicos, en la búsqueda de una unidad de resistencia. Porque no hay perdón cuando se niega que el mar existe.
Cenefas y vidrieras reflejaron sus palabras como brisa de primavera, la luz divinamente administrada caía dulcemente a toda aquella célula local de resistencia.
Unos decían a los otros: no importan tus creencias, importa tu buena vecindad. Y aunque hayas roto cien veces tus votos, ven. Y si te persiguen o te niegan, entra por mi casa por una puerta que no es para los agotes.
Periodos hubo en que no fue aceptada la jerarquía y dominio en el ayuntamiento de los ganaderos fuertes, su represión férrea, el control en beneficio de todos del buen gusto y saber administrado por los diáconos.
Los repatanes trashumantes abrazaron el anarquismo y el comunismo republicano, no aceptaron la autoridad y cuestionaban la unidad política. Sus amos perdieron el contacto con el pueblo para gobernarlo que tuvieron y transmitieron generación tras generación desde su llegada al sur del Pirineo como celtas o godos trashumantes. Abrazando la fe católica como instrumento de dominación de las élites contra el pueblo de extracción ibera, el sedentario.
Los poetas controlando la poesía, las situaciones poéticas y el discurso de lo bello.
Aunque todos ellos danzaban y hoy sus sombras y sus ecos, en esa Comala del “Pedro Páramo” de Juan Rulfo en que se ha convertido Berdún cada septiembre. De la que salimos aventados sus derviches en haces de fuerza centrípeta. Allí quedan los escudos en las fronteras de piedra de cada casa, de los que os estoy hablando…
27.08 Luis Iribarren
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