Con motivo del XXX aniversario de la inauguración del edificio, el próximo dos de octubre el Auditorio Palacio de Congresos de Zaragoza pasará a llamarse Auditorio Princesa Leonor, en honor a Leonor Borbón Ortiz, a la que no se le conoce más afición musical que la música militar de la Academia General, ni más relación con el edificio que la visita a hamburgueserías de su entorno.
El fervor monárquico guía al arrobamiento que obnubila la razón y conduce a la idolatría tomándose decisiones tan inadecuadas como esta. La Corporación municipal que debiera honrar a la Ciudad que representa elimina el nombre de Zaragoza para imponer el de una ciudadana sin más méritos conocidos que el azaroso hecho de nacer en una determinada familia.
Cuando se inauguró el edificio, se decidió que llevara el nombre de la Ciudad con denominaciones diferentes a cada espacio: los musicales, dedicados a gentes ligadas al arte de Euterpe: la principal a Wolfgang Amadeus Mozart, uno de los grandes de la Música y las dos menores a Luis Galve, pianista zaragozano y a Mariano Gracia, afinador y técnico de pianos que fundó la Sala Rono zaragozana, aragonés de Bespén, población perteneciente al municipio de Angüés, en la Hoya de Huesca.
La Sala Hipóstila (en referencia a sus columnas) sirve de gran espacio distribuidor y una Sala multiusos se dedicó a Cesaraugusta. En este último caso, el nombre no cuajó y es conocida por su polivalente función.
Curiosa costumbre de la Ciudad que redenomina nombres oficiales, como el Puente dedicado al Emperador Augusto conocido como el “puente de los gitanos”, el puente de la Unión redenominado “de las Fuentes”, el Parque Grande, siempre conocido así, la Casa Grande, etc.
El resto de las once salas de reuniones, de prensa y de autoridades quedaron innominadas.
Jorge Marqueta
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