Hasta 1994 la población de la Huesca oriental tenía que ir por necesidad a revisarse y operarse, convenio mediante, al Hospital Arnau de Vilanova de Lleida. Gracias a la iniciativa de completar con un hospital de referencia las áreas de salud de Ernest Lluch, se levantaron y equiparon los hospitales de Barbastro, Calatayud que porta su nombre y el de Tudela.
A todos ellos hemos ido y vamos aragoneses, y se evitó la sangría de desplazamientos y molestias que taponaban la nacional Huesca-Lleida, que en las travesías de Monzón y Binéfar kilométricas formaban largos atascos de usuarios del hospital, la educación del Opus sede central y la Universidad o resto de servicios de aquella ciudad catalana regida por el alcalde socialista Siurana, con tanta influencia en el PSOE que llegó a mandar en Aragón, pero mecida por el conservador de Uniò político de Alcampell: Josep Antoni Duran i Lleida.
Ernest Lluch, como Serrat del Poble Sec de madre con origen zaragozano, Carme Chacón, Javier Brun y Bigas Luna, se halla en el olimpo de mis aragoneses afectivos de entre los nacidos en la Corona. Amantes y conocedores profundos de Aragón, descansando entre su luz y panoramas celestiales del agujero con mar y boiras barcelonés. Habría que añadir a la lista al menos valorado por la historia literaria de lo que correspondería y gastrónomo al que le debo mi pasión: Manuel Vázquez Montalbán.
Aragoneses de vuelta que han contribuido a la gloria intelectual o política de Cataluña hay más en cada generación, siquiera las fronteras para convivir se estén cerrando, obligando a los aragoneses a qué complejo de inferioridad y afectando a quienes nacidos en Barcelona, regresan cada verano a sus pueblos cada vez más desnortados y con sus hijos educados en hablar solo oscuro. Y quito de esta lista a pocos, en especial a Carlos Sadness, la excepción que confirma.
La lista de los que miran a levante y ven salir el sol por Bogatell es interminable y supongo que los vecinos también harán este tipo de artículo para reconocerlos: Jesús Moncada, Javier Tomeo, la Maña y Martínez Soria reyes del Paralel, el controvertido Toni Comín, la familia Carod de María de Huerva Carod&Rovira, antes el Ateneo y Centro Aragonés de Samblancat, Acín, Ascaso… Barcelona ha sido tierra de promisión, especialmente para Huesca y el Bajo Aragón, y los conciertos más emocionantes de La Ronda de Boltaña y Labordeta, ante aragoneses de todos los orígenes, en ella se han celebrado. En esos salones de baile en que empezaron a festejar una de Berdún con otro de Ribagorza, educados de la misma manera austera pero alegre.
La Ley General de Sanidad de Lluch ha sido un texto jurídico insuperable, copiado mundialmente, sentido y vivido, por qué no, cuestionado en la profesión médica.
Hoy en crisis por arterioesclerosis y ataques a la línea de flotación del transaltántico Quirón y las mutuas que distinguían a los militares y funcionarios del vulgo. Los segundos tras el año 93 incorporados al sistema público como usuario, si los que hoy pueden perder la sanidad privada se volvían a enamorar, todos hemos vivido como las administraciones donde no prestaban servicios les pagaban la sanidad privada a las parejas incluso empleadas públicas, que en su puesto en propiedad solo tenían Seguridad Social. Porque así somos, lo que es como que por un mismo puesto de trabajo el de la ETT o fijo de la empresa cobren y tengan diferentes derechos.
Así, una cuestión es concebir un hospital, otra dotarlo y una tercera establecer una política de personal que permita que su plantilla y las de su área de salud sean estables en el tiempo, y la población rural se aproveche de experiencia médica. La muerte de mi padre revela lo contrario, pero un viaje por el mundo a cualquier destino te quita la venda: Lluch no siendo médico, fue un padre intelectual del servicio público, un político con mayúsculas.
Recuerdo muy bien su porte desgarbado pero aristocrático, como en su generación tuvieron la izquierda caviar de Barcelona de la que formaba parte: los Bohigas, Maragall y Serra, que fueron contrapunteados por el vigor, discurso directo y fuerza negociadora para muy mal de los concejales de origen aragonés o andaluz del Cinturón Rojo de Barcelona. Conformando ese partido que siempre han sido dos hasta fechas recientes, que gobernaba Barcelona en coalición picante con las huestes de mis admirados Montalbán y Jordi Solé Tura y le dejaba Catalunya a un clan de comisionistas, lo que es así desde Cambó y su apoyo a Franco.
El Área Metropolitana de Barcelona, la puta de Cataluña para los segundos, sí fue un laboratorio de proporciones colosales para ensayar, con permiso de González y Guerra, iniciativas de prestación de servicio y pequeño urbanismo que hicieron florecer por imitación –y también las de Bolonia- a Zaragoza.
Pero Lluch añadía a ello, y hasta sus asesinos no arrepentidos llorarían su muerte en su dudosa intimidad, una humanidad especial, una voz quebrada pero vibrante de color. Aquí tenemos a un catalán dando nombre al hospital de Calatayud, localidad con tanta tradición médica medieval judía como la tuvo Huesca y que exportaban profesionales a todo el Mediterráneo.
Se cumplen cuarenta años del mayor legado material que ningún político oriental haya dejado en Aragón. Dado que visual y de patrimonio intemporal, el reconocimiento tendría que ser para Bigas Luna o, incluso, para Comediants o La Fura dels Baus que nos enseñaron a renovar nuestra relación con el río y el Puente de Piedra con gloriosos pasacalles.
Vaya nuestro reconocimiento para ti y tu familia como aragonés universal. Al que despedimos con un pequeño fragmento de poema de Joan Margarit, otro visionario de la vida cotidiana:
Caerán los años. Te cansarán los libros.
Descenderás aún más e, incluso, perderás la poesía.
El ruido de ciudad en los cristales acabará por ser tu única música,
y las cartas de amor que habrás guardado serán tu última literatura.
Carta de amor para Ernest Lluch, al que Illa y, mira que lo intenta, no va a poder imitar ni con alzas en los zapatos. Todo un señor en estos tiempos de políticos de guiñol con sonrisa de tic permanente, de cualquier ideología. Excepto los que aún representan a quienes creemos que el servicio público requiere formalmente de la seriedad de nuestro personaje o de la pasión de Julio Anguita, otro golpeado en su vida privada por la arbitrariedad del fuego amigo y los daños colaterales.
18.12 Luis Iribarren
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