30.5.23

Iglesias del Románico Lombardo del Serrablo: 2


Mi pasión por el románico lombardo comenzó en mi comarca, Jacetania. Cuando iba a Santa Cruz de la Serós me detenía antes en San Caprasio que en la magnífica y destacada en el paisaje iglesia-palacio-castillo del monasterio de las hermanas de la Casa de Aragón.

Al ser mi abuelo de Botaya, habré estado en el monte de Pano un centenar de veces y siempre me paro en esta bellísima localidad por su emplazamiento. Doy una vuelta por sus gallizos y huertas para oler a hierba recién dallada y a manzana de huerta o echo un rato leyendo debajo de la noguera que ocupa la plaza que sería el claustro del principal cenobio femenino aragonés, debajo de la peña en que estaba ubicado el masculino. Hay cosas que hago de pasada pero sí pienso que me bendicen, sin echarle más clavo al pavo.

Pues bien, valorando la fábrica de piedra sillar de Santa María, su imponente torre con recovecos, la presencia de una importante obra escultórica, crismones y ajedrezado jaqués en toda su nave interior, rompiendo con una simple moldura la sobriedad de las bóvedas de medio cañón con origen romano, mis emociones no se exaltan en la contemplación de esta monumental obra, sin relación por gran dimensión con lo mermado de su caserío circundante y a su servicio.

Aunque todo aragonés deba visitarla, Santa María fue un proyecto arquitectónico real, de consolidación del reinado de Aragón en pleno Camino de Santiago. Una versión mejorada y con elementos escultóricos más plenos y policromados de San Pedro de Siresa. Gozando de un románico de plenitud y en estado de gracia, se erige como proyecto de interés general aragonés cuando deviene nuestro país en un reinado significativo, vasallo de Roma, que necesita de un estilo artístico propio y lo importa de Francia.

Extendiéndose estos elementos artísticos como los fueros francos que asentaron con éxito una valiosa burguesía comercial en las villas y ciudades del Camino aragonés a conformar el modelo de población de Estella, Sahagún o incluso Zamora. El pobre país de cuatro valles se ha tenido que dedicar por mera supervivencia a pactar y vivir del intercambio, a negociar, conciliar y ceder bien, de lo que no tenemos justa fama sino de testarudez y de lo contrario.

Cómo un lugar de Jacetania, mejor dicho varios, gozan de casi catedrales para cien habitantes; cómo poder situar en un contexto actual e incluso no pirenaico cuán determinante fue la ciudad castillo árabe de Monzón para provocar la erección de una catedral en la minúscula Roda de Isábena, haciéndola ciudad capital espiritual de Ribagorza, dado que en su valle se hallaba el capital y relevante Monasterio de Obarra. Todo es historia que gozar en nuestro presente, siendo historia además ampulosa de reconquista.

Pero a su lado y fueron varadas, quedan ese conjunto de iglesias a las que les dimos una primera mirada, con tres elementos básicos, simples y pequeñas. Verdaderas casas de reunión allá donde no había un roble o tilo que ejerciera la misión, confortando con leyendas a un puñado de almas.

Presentan paredes arrugadas que acariciar, de sillarejo, combinan influencias propias del país con ese saber para construir basílicas en miniatura de una nave que tendrían los alarifes de la montaña, con técnicas y manos de encargados que vinieron de la Galia Cisalpina, del norte de Italia.

Su dimensión y aspecto no aturden, no son altas ni de gran capacidad ninguna de ellas. En mi iglesia predilecta, la de Lasieso, se advierte la confusión del modelo a considerar. Es un caso único de templo o lugar cívico, para entendernos, erigido por superposición de dos naves y ábsides distintos. La hipótesis más aceptada es que la nave grande fuera concebida en primera instancia para una iglesia monástica y la pequeña y su ábside, que de forma alucinante sustentan la torre se erigió más adelante, pues aunque cuenta con friso de baquetones, no con ventanas de herradura del arte prerrománico ibérico.

El románico pleno jaqués no asombra tanto pese a su gloriosa ejecución como esta pequeña joya, al estar extendido como estilo urbi et orbe hacia el oeste y Santiago de Compostela.

Los arcos ciegos, rollos, hundimiento simple de ventanas como única decoración de las torres, la superposición de sillares irregulares traídos como zaborros de las orillas y barrancos cercanos, la decoración parca de los exteriores sin columnas, molduras ni esculturas, como los interiores no pintados y que no contienen ni sarcófagos, ni libros ni vírgenes negras o crucificados me parece que aportan una plenitud totalmente alejada de la ausencia de majestad.

La perfección es fría, buscar la colocación sin proyecto da calor y cariño y la mirada acaricia sin mal de piedra. La espiritualidad no necesita sino pinceladas y rasgos zen, no hay confortación sino mal de Sthendal cuando nos presentan todo el Apocalipsis esculpido como en Santa María de Sangüesa.

Ello tiene un efecto demostración de poder, es confuciano, se trata de un relato oficial. No de la relación de cada uno de nosotros con nuestra frágil e incierta trascendencia.

30.05 Luis Iribarren

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