Autor del pensamiento abierto, humanista, intelectual, economista que gusta a un amplísimo espectro de lectores, José Luis Sampedro fue uno de esos aragoneses por elección que pellizcan. Se escribe este texto como propuesta de otro viaje posible, placentero, a ese Aragón austro-húngaro repleto de edificaciones de principios del XX al servicio del pujante negocio, en la época, de la toma de aguas.
Lugares salutíferos en tiempos de epidemia: sus molduras, terrazas acristaladas, fuentes ornamentales, baños con azulejos levantinos de inspiración romana y porcelanas gruesas han sido ampliamente utilizados como sede de la memoria.
De la memoria de tantos escritores, músicos o ludópatas que en Europa los recorrieron para recobrar o mantener la salud o para hacer negocios y comer dietas sanas pero refinadas.
El Sistema Ibérico no se queda atrás en calidad arquitectónica y de instalaciones, tampoco de vidas vividas, a Baden Baden, al balneario Evian, a los de los Sudetes checos donde reposaron los jerarcas comunistas soviéticos con los años.
Solamente la gran ciudad balnearia de Budapest me traslada una perspectiva diferente: un entorno urbano en que sus parques actuales los constituyen jardines de baños públicos o privados. Quizás Orense sea en la península el único lugar equiparable. Pero la capital húngara es una metrópolis organizada en torno a comunicar fuentes de salud como ningún otro lugar del mundo, ni siquiera en Japón en que cada pueblo tiene su onsen.
El conjunto balneario de Paracuellos, Alhama de Aragón y Jaraba era y sigue siendo bien conocido por la aristocracia y burguesía madrileña.
El escritor y humanista protagonista de nuestra entrada fue educado en la localidad de Cihuela, en la raya soriana, por su familia. Antes de venir a Zaragoza al instituto.
El amor por el paisaje vivido y hollado en la infancia queda en todos nosotros, troquelado y pulido por cualquier otro que en la vida nos toque en el río que nos lleva.
Grandes páginas al respecto, puede que junto con las de Delibes las de más altura en la literatura española del siglo XX, dejó Sampedro en su literatura posterior a “Octubre, Octubre”. Que, por otra parte, tiene como uno de sus escenarios la Estambul de los baños públicos con masaje.
Su querencia por Alhama también fue por necesidad, como lugar donde recuperar su salud delicada. Lo que le hizo estar para siempre unido a esta localidad parada en los siglos, de manantiales de agua fina y templada que exfolian para bien. Su historia, infancia aparte, es semejante a la relación de Quevedo con la vecina Cetina, la de la contradanza.
Contrayendo segundo matrimonio en la villa de los baños (al hammamm), compartía estancias en la misma y el feraz y fecundo valle de la Orotava de Tenerife.
El Ayuntamiento le ha dedicado un espacio-exposición permanente cuya visita es una obligación moral para cualquier aragonés. Y que se puede complementar con la visita a la casa de Gracián en Belmonte. En “Casa Palacio” podemos encajar la huella de nuestras manos en las del preclaro economista humanista.
José Luis Sampedro, Viaje a la Libertad. Nada más que añadir al respecto para no hacer spoiler y que vayáis (spoiler significa revelación sin relación con la budista por meditación, satori, que le gustaría más al autor y que tantas veces sucede inmerso en el líquido tibio placental termal).
En la villa con trazado árabe que cuando Roma se denominó Aquae Bilbilitanorum, también nació uno de los principales discípulos de Ramón y Cajal, que hubiera podido tener experiencia adquirida en los propios sanatorios termales de su pueblo: el doctor Tello. Al que imaginamos haciendo buenas migas con Marañón.
Tiempos de salud física y espiritual, oyendo pasar al Jalón en clave de fa en mitad de una relectura de “El río que nos lleva” de Sampedro, abandonando la mascarilla de pato para beber a sorbitos una copa de garnacha de altura con olor a pasa y palo de canela y retrogusto a mermelada de garnacha. Un vino, un libro y una arquitectura made in Alhama, que valen por cuatro.
Alhama de Aragón, un fin de semana cualquiera de una fase cualquiera.
Luis Iribarren
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