Si hubiera que definir qué es la democracia, podría decirse que es la sociedad en la cual no sólo está permitido, sino exigido, ser persona. En su frase, Maria Zambrano quiere definir al ser humano como ser capaz de vivir en sociedad, con sensibilidad, inteligencia y respeto consigo mismo y con los demás.
En la política como en la vida real, cuando el personaje se sale del papel de persona, es porque le puede la soberbia, y en su egocentrismo pierde credibilidad.
En ese gallinero que en estos últimos tiempos se ha convertido el Congreso de los Diputados, son muchos los que con su actitud de gestos o palabras pierden la compostura, algo que, de suceder, debería ser tácito.
Y entre estos sobresale Gabriel Rufián. El heterodoxo político de ERC, queda definido por su apellido, y perdonen el chiste malo. Insultar a diestro y siniestro en una actitud chulesca al grupo socialista y por ende a todo los que no sean como él, nunca deben ser las formas de un representante político, sindicato o asociación vecinal.
Sí consiguió, algo impensable en esa cámara: con sus insultos el charnego independentista, —como él mismo se denomina— logró que casi todos los partidos dieran su apoyo (excepto Podemos), al grupo socialista.
Estamos llegando con este tipo de diputados a un punto en el Parlamento, donde legislar para lo que fue creado, queda en segundo término. Alejados de la ética y protagonistas de discursos fuera de tono, con un léxico muchas veces que llega a lo barriobajero parece ser las formas de la nueva política.
Decía Nelson Mandela que ¨la educación es el arma más poderosa que se puede usar para cambiar el mundo" pero por lo visto ésta se ha quedado a las puertas del Congreso.
Daniel Gallardo Marin
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