5.9.25
Ebro 1. Vía romana Cesaraugusta Burdingala. Planteamiento de la Serie
Cada día los residentes que bajamos de Huesca y nos instalamos para vivir en el entorno de la Estación del Norte “cruzamos a Zaragoza”. Para asombrarnos, asistir a conferencias, comprar en el Mercado Central y ver el tranvía.
Un número cada día mayor de visitantes de la ciudad y residentes en la margen derecha de la ciudad hacen deporte en sus orillas, ven el sol caer desde una península en San Lázaro llenando de rayos naranjas uno de los arcos del puente de piedra, deciden pernoctar en los hoteles del Arrabal, acuden en masa a ver los fuegos artificiales de la Arboleda de Macanaz.
Todos nos quedamos embobados con el Padre Ebro.
El río que adjetiva a toda una península no por casualidad: es el más caudaloso de su cuenca mediterránea en la que se establecieron sus primeros colonizadores. La puerta de levante de las mesetas celtíberas y con sus sedimentos pirenaicos e ibéricos fueron garantía de producción de alimentos abundantes y de calidad en sus huertas que se exportaban a Roma.
El Ebro junto con al Ródano y Nilo son los cursos, atravesando desiertos u horadando sistemas de sierras, que más agua aportan al Mare Nostrum, los que mueren en los deltas más extensos.
El valle de la vena fluvial que atraviesa Aragón, como la de los otros ríos, se asemeja a vista de dron en aspecto a los de los ríos uzbekos Amu y Sir Daria, al Amarillo en China, al San Francisco y Uruguay sudamericanos: cintas escasas de verde serpenteante heridas por un hilo central de plata que atraviesan un inmenso plano ocre.
Los ríos mediterráneos son de régimen de cauce muy irregular, nacen en cordilleras de nieves antes perpetuas y de ellas, más que de lluvia, se alimentan. Su caudal máximo anual se ha adelantado al final del invierno, dado que no todas las aguas de deshielo se regulan y detienen. Antes de construirse los pantanos de cabecera de sus afluentes, en épocas cercanas más frías, sus avenidas ocurrían mediada la estación primaveral. A principios de mayo como indican las fiestas de los navateros y almadieros cuyos troncos se bajaban río abajo para su venta en Tortosa.
Los ríos mediterráneos europeos por discurrir en general su curso de norte a sur, o semejante de noroeste a sureste, atraviesan valles oxigenados por vientos secos de cola de borrasca. Al norte de las cordilleras que los circundan llueve más, pues las nubes atlánticas o del Báltico cargadas de agua se detienen en las barreras montañosas cuya cara sur recibe la influencia del desierto sahariano, del simún seco.
De modo inverso, las tormentas que más agua aportan al Ebro en su vertiente ibérica sur son las producidas por el aire caliente de Madeira y de Canarias, canalizadas en forma de fagüeño o “aire negro”, como lo nombraba mi abuela.
El río del pueblo tiene nombre ibero (herri ibaia) y no nace en puridad como se le ha atribuido en Fontibre, etimológicamente la “fuente del Ebro”. Pozo artesiano así bautizado por el cronista romano Plinio el Viejo. Dado que ese manantial brota por filtración de las aguas del río Híjar.
Comportándose este torrente como falso afluente del principal, hoy computa para establecer la verdadera longitud total del río y mana en las laderas de la cara sureste del denominado Pico de Tres Mares, al este de la Cordillera Cantábrica. Este monte es el punto más elevado de la estación de esquí de Alto Campoo, en término de Brañavieja y se puede acceder a él por carretera.
El nombre de este pico es ilustrativo en su polaridad. Sus diversas vertientes generan aguas que por gravedad mueren en el Cantábrico, Mediterráneo como también en el Océano Atlántico: dado que las de su cara sur alimentan el río Pisuerga y cuenca del Duero con final en Oporto; las de su perfil oeste desembocan en la próxima costa cantábrica a través del río Nansa y las del norte, después giradas al sureste por causa de la orografía glacial, nutren las del río Híjar que después se torna Ebro.
Los cursos de agua permanentes permitieron los primeros asentamientos humanos del Neolítico: a cargo de pueblos que se asentaron en valles que aseguraban alimentación suficiente en cada ciclo agrícola, herederos de tribus antes nómadas que en parte subsistieron como trashumantes. Debiendo garantizarse mediante el uso, ocupación o conquista, en otras ocasiones trocando productos, sus pastos de invierno en tierras bajas necesarios para alimentar a los rebaños de montaña en la que solo brota la hierba y flores a partir de su deshielo primaveral.
Así sucedió con el surgimiento de poblaciones y ciudades en los cursos del río Amarillo chino, el Tigris o Éufrates, el Indo y Ganges. Del mismo modo que Macedonia fue la reserva de pastos de toda Grecia y fuente de su poder económico, en el valle de nuestro río se asentaron civilizaciones excedentarias en producción de alimentos vegetales y animales antes que la civilización romana profundizara en la organización de villas y emporios. Pueblo que incluso se encontró con el olivo y la vid como cultivos introducidos desde los puertos mediterráneos por Fenicia.
Por todo ello en su decurso y riberas se hallan testimonios de asentamientos tanto celtas e iberos como cántabros y vascones.
El río, más caudaloso que en nuestra época, llegó a ser navegable aguas abajo de Zaragoza, como demuestra su puerto, y fue fácilmente colonizado por Roma su fértil valle remontándolo desde Tarraco y Dertosa con naves, impulsadas por el aire de bochorno o remolcadas a sirga en épocas de estiaje.
La romanización con la ocupación de las mejores tierras feraces para el cultivo de la triada romana –vid, trigo y olivos- se produjo a partir de la fundación de ciudades campamento planificadas en las que se asentaron los legionarios al servicio del imperio, con importante implantación de los toscanos y cisalpinos. Basadas en villas, auténticas comunidades de producción y autodefensa.
Así se establecieron junto con el sustrato celtíbero inicial colonos emigrantes: componentes de tropas levadas, centuriones pagados con sal y alimentados con galletas y cebolla, reclutados como cives o para conseguir dicha consideración. Se establecieron en bases o colonias para dar guerra a las tribus celtas e iberas persistentes en las selvas. Levantiscas y casi nómadas en el caso de las que se atacaban desde las colonias que aseguraron el limes norte de la civilización romana, como Pamplona, Astorga o Lugo.
Si vis pacem para bellum, los ingenieros y arquitectos ítalos buscaron para su fundación emplazamientos dominantes de los somontanos de solano.
A partir de Roma, ascender el Ebro y sus ríos afluentes principales fue relativamente sencillo para todos los conquistadores peninsulares, al dejar dicha civilización calzadas, puentes, ciudades y diversas infraestructuras. Las primeras sobre las sendas de trashumancia.
Pasar los puertos de la Cordillera Cantábrica y los Pirineos siempre ha sido hasta las recientes autovías otro cantar, como todavía hoy lo es para el transporte ferroviario. La civilización romana y su imponente red de obras constituyó el cemento necesario para que prosperasen las villas y ciudades del interior de la provincia Tarraconense. Siendo el Hiberus, su río principal cuyo nombre así quedó romanizado, el eje de la misma.
03.09 Luis Iribarren
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