Sería injusto considerar únicamente a las carrascas como símbolos representativos de Aragón. Como si pensáramos que el pino carrasco fuera el árbol mallorquín por antonomasia, el naranjo representa a Valencia, la vid a La Mancha, el roble a la Cornisa Cantábrica menos cuando lo reemplaza el castaño, al oeste de Ponferrada, árbol de Las Médulas.
Omitiríamos la importancia simbólica del ciprés que se halla presente por su porte, su forma ascendente, longevidad pero también porque sus raíces profundizan en vertical y no dañan a los restos mortales, tanto en los principales cementerios aragoneses como hasta en los más humildes.
Sucede que su relación con la muerte les ha penalizado para considerarlos especiales y ornamentalmente perfectos. No siempre fue así, y aún hoy los vemos en los claustros de los monasterios como el Silos o Veruela, en los calvarios del Bajo Aragón turolense como el de Samper, del mismo modo que en los programas culinarios y culturales en que Toscana son protagonistas y sobresalen de entre las colinas. Qué decir de Van Gogh y sus cuadros de cedros bamboleándose por el mistral en Provenza.
Así el uso principal del cedro fue miliar, como hito representativo.
Aparece en la recreación de las villas presente en la instructiva cinta “Gladiator”, ese que porta el gladio o espada, cuando en excelente escena Russell Crowe sube a su villa extremeña para volver al agro por un camino curvo tachonado de cipreses.
Ello no es baladí y la escena revela cuál fue uno de los medios de distinción, como de otro modo la corona de laurel, de representatividad, reservada a las autoridades romanas o altos funcionarios a los que se concedía el privilegio de plantar filas de cipreses paralelas como rasgo de su alcurnia.
Antecediendo su presencia hoy en las medianas, también se plantaban de modo semejante a los plátanos actuales para engalanar la entrada de las vías en las civitas. Como árbol con significado de bienvenida y se recuerda en ajardinamiento de la rotonda del arco de Bará y distintos restos de la Vía Augusta en Tarragona.
Se constata entonces que el sentido de los cipreses para la civilización romana iba mucho más allá de plantarlos para hacer más tolerable el cierzo o el boreas, simbolizar la inmortalidad por elevación de las almas hasta su punta y sublimación hacia el espacio, justificando la vida eterna y resurrección, en función que les viene de la misma Jerusalén.
Se debería revitalizar en el Sistema Ibérico aragonés de clima y precipitación parecidos a los de Granada, el uso ornamental del ciprés a la romana. Ese que, respetado por los árabes, tanto sublima la belleza de la ciudad corte nazarí elevando al cielo su barrio del Albaicín.
LA BELLOTA Y SU USO CULINARIO.
Aragón cuenta con fajas importantes de carrascales en sus somontanos, pero no son afamadas como ecosistema singular porque se trabajen en dehesas y propicien la alimentación de los cerdos turolenses. Será porque son del tipo “Duroc”, de pata blanca, y por escasez de encinas suficientes, se hayan alimentado con pastura antes que con bellotas.
El árbol sagrado aragonés no ha encontrado otro aprovechamiento que el forestal o micológico.
Aunque no siempre fue así, ni oficiaron sus ramajes como nidos de muérdago de los que se encuentran en las almendreras de Alcalá de Moncayo que, cortados por un druida con túnica blanca, representaban para la cultura celta poseer el alma del roble o la carrasca.
Los frutos de encinas y carrascas, menos agradables al gusto que los de las nogueras de las huertas o castañas de los bosques atlánticos –que les disputaron como cultivo los montes- sí se llegaron a ingerir en tiempos de hambre. Con seguridad nos encontramos ante el primer árbol nutricio aragonés de los pueblos trashumantes.
Las bellotas se consumían soasadas y en forma de harina para galletas, pero no consumidas por las legiones romanas que se alimentaban de las de trigo duro. Dado que este pueblo latino de la feraz Italia no consideró noble sino la ingesta de dos alimentos silvestres: las setas y los espárragos. Siendo marca de clase y reservados a los ciudadanos los alimentos citados y no el resto de los dados de forma natural, que consideraban para pobres y cabreros.
Se conoce que los pastores sí molían las bellotas asadas y preparaban nutricias sopas y gachas, eliminando el ácido sobrante con un buen chorro de miel.
En el mercado actual se ha vuelto a producir harina de bellota para la preparación de pastas que acompañen al venado y otras carnes de caza, presentarla horneada en forma de galleta o crear panes o tortas en forma de talo, a partir de su mezcla con espelta o maíz. Cuestiones que el recetario extremeño está siendo pionero en incorporar y Aragón tiene pendientes, a este tipo de harina es a la que mejor le sienta la grasa de panceta.
Para rematar, a la ingesta de bellotas como palabro técnico se la denomina “balanofagia”. El pueblo apache era muy aficionado a las tortitas de bellota, acompañadas de siropes de arce.
Luis Iribarren
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