25.5.24

Los árboles sagrados aragoneses. Las Carrascas


El Gobierno de Aragón, como otros en el Estado o en Europa, ha catalogado una importante colección de árboles únicos, especiales por tamaño o significación o que tienen contenido, para evitar su talado y desaparición: para contribuir a su conservación y visita ordenadas.

En el listado se encuentran tanto árboles de especies propias del ecosistema alpino de alta montaña pirenaica y mediterráneo del resto de Aragón, como también de otras que ya no son invasoras, a partir de semillas traídas por indianos, como son las secuoyas de Seira y Daroca.

De los árboles no se puede decir como determinados restaurantes, en que nos encontramos ante presuntos santuarios que se convierten en perpetradores de atentados contra la dieta mediterránea.

Entre los primeros, árboles europeos y atlánticos celtas, los existen singulares como tales o formando parte de entornos boscosos o resto de los mismos.

El más emocionante singular pienso que sería el tilo de la plaza de Benasque, lugar de reunión del valle, que oficiaría en un plano simbólico semejante al mítico, aunque se vaya replantando en distintas ocasiones, roble de Guernica.

Ambos árboles magníficos precedieron al establecimiento en la Baja Edad Media de ayuntamientos en edificios propios o bajo lonjas con arcos cabe las iglesias, como también sucedía en Islandia en la que en ausencia de bosques sus cortes tenían como magnífico escenario para sus sesiones las orillas de una impresionante y surcada por un curso fluvial, falla geológica.

Se dispone de documentación histórica suficiente para afirmar que las juntas bajo árboles se convocaban mediante hogueras en colinas, como hoy aún celebran “falletas” en San Juan en Sobrarbe y Ribagorza en el próximo solsticio de verano, fecha en que volvían a la montaña pastores y repatanes, se lavaban y engalanaban. Estos lugares vuelven cada junio de año a una relación ancestral y agradecida con sus montes y florestas, elaborándose teas o tiedas de madera del bosque protector, que arden como señales.

Los árboles y su relación con mitos, tradición y leyendas, imagen de la divinidad y del poder de un reino o civilización, cuando un territorio sea abundante en ellos, el poder y riqueza que de ellos emana, es una cuestión clave para la economía y antropología.

La vigencia de Rusia como permanente exportador de madera, la condición de todos los habitantes de los valles del Pirineo como infanzones por cuidar el monte, talar troncos y bajarlos en almadías hasta las atarazanas reales, como a la inversa la deforestación del Amazonas por interés o la protección de la araucaria en Chile son ejemplos de lo afirmado.

Como lo es, en pocas partes excepto en el Líbano con su cedro sagrado sucede, que un árbol sea todo un símbolo de una comunidad. Uno de los símbolos de Aragón más relevantes desde una perspectiva universal sería la de incorporar en su escudo la carrasca de Sobrarbe que aparece con una cruz sobre el árbol.

Cuestión basada en una de las fundamentales leyendas de conformación de nuestro reino, cuyos condes no se legitimaron como descendientes del sol o de los dioses, sino que fueron simples defensores de una marca y necesitaron hacerse dinastía por conformación de mitos y milagros propios y específicos, acontecidos en el territorio que gobernaron como propiedad y legado.

Así de entre toda la paleta vegetal, de esa mitad de árboles de los que disfrutar en el Botánico de Zaragoza como propios, entendemos que sería la encina o carrasca el árbol de Aragón. Por ser protagonista de una leyenda que quedó tallada en piedra como símbolo, pero también por su ubicua presencia y constituir una de las frondosas capas de vegetación del Somontano del Moncayo y dar la riqueza presente de que goza Gúdar.

Únicamente podría disputarle el trono como emblema vegetal aragonés la sabina, dios mineral presente como romántica pervivencia en las manchas boscosas de la Bardena Negra, los Monegros y tierra de Belchite o el altiplano del somontano de Javalambre.

Universales en todo el territorio aragonés solo tenemos en el monte al pino y a la encina, y en las riberas de los ríos, están los chopos que se desmochan. Sin embargo, los pinos no han conformado tanta cultura ni prácticas tradicionales de poda, como no son tan bellos excepto en la Sierra de Albarracín o los negros de Gúdar, en manchas aisladas, como los vallisoletanos de suelo arenoso o los que se disfrutan al pie de la playa de Cambrils.

El símbolo guerrero las carrascas lo constituyen, puesto que se asociaron con el roble al culto de Zeus, alimentaron al cerdo –animal junto con la oveja capital para la subsistencia humana-, forman parte como divinización de las culturas germánicas, la citada vasca, la griega o aragonesa.

Lecina o encina proviene de “ilex”, del vocablo griego hylé o madera (entonces, la principal) pasado al latín; sin embargo nuestro nombre oscense carrasca arranca como la oveja “rasa aragonesa” de una acepción celta, en la que “kar” se utiliza como prefijo de estos venerables árboles y queda en el euskera como “haritz”, nombre de varón.

Luis Iribarren

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