Una de las mejores novelas escritas en lengua catalana, “Camí de Sirga” de Jesús Moncada, es un testimonio, un monumento y canto a la vida del Far East aragonés. Pues glosa la que transcurría entorno al Ebro, como capítulo de la de los cursos fluviales como vehículos de expansión de la civilización y modas aguas arriba.
Calafateros de Jartum, croupiers de mesa trucada en los barcos de aspas del Mississippi, almadieros y nabateros de los ríos de Albania y Montenegro, destripadores de esturionas para quedarse con su caviar del Volga, marineros del Sena con camisetas a rayas horizontales txuriurdiñ, productores de caucho y cantantes de ópera en Manaus… Capitanes de Mequinenza y Fayón, de novela de Joseph Conrad, de cuento de Moncada del café de la rana…
El tráfico en los ríos hoy lo encontramos en la relación entre África y el primer mundo, que fue la que hubo entre los interiores de meseta y las franjas costeras a las que emigra su población. Desde las torrenteras pirenaicas, troncos en nabatas, repatanes y vida se perdieron aguas abajo. Por gravedad en sentido estricto y figurado.
Cuando los deshielos de primavera, de abril o entrado mayo, garantizaban la navegación del Ebro y sus afluentes, un floreciente comercio de madera resistente para confección de muebles de calidad o la industria papelera o energética, volvía cada año. Alternándose con la vuelta de las golondrinas, que en el montaña eran las crías y mozetas que pasaban en otoño a fabricar alpargatas a Mauleón.
La vida en ciclos y a esperar la temporada de las habas contra los tomates cherry y la longaniza exprés, disponibles todo el año.
Que distintas fueron las condiciones de navegación y más abundantes las aguas bien se refleja en que el tráfico de ánforas de aceite y vino estaba garantizado desde Zaragoza en tiempos de Roma.
Como el Canal Imperial de Aragón y después el de Monegros o Bardenas tienen pistas aprovechando los taludes que el propio curso crea, el Ebro como otros canales europeos –Midi y otros- contaron con caminos de sirga.
Derecho civil por deberse permitir el paso hasta las orillas pero mucho más, instrumentos de tradición y riqueza, las márgenes de los cursos se dotaban de argollas y cuerdas trenzadas que después sustituyeron metálicas para remolcar aguas arriba los barcos cuando el caudal o cierzo hacían caducar su carga pues embarrancaban.
En el caso de Aragón, los llauts de Mequinenza bajaban carbón y madera hasta Tortosa y subían con vestidos de can-can, cupletistas de Barcelona, radios de lámparas y modernidad. Conflictos incluidos.
Los puertos de río extienden amor a cada uno pero también deudas y vicio. Son una excepción de interior, generan un caldo de cultivo superior para la transmisión oral. Amplían el inventario de historias, de naufragios, de requisas por avatar los puertos nunca francos.
Toda vida no va solo por gravedad ni aguas abajo, hay remansos y bajos fondos en que se atora. Oportunidades y fiebres del carbón o del oro acaban por perder temperatura: se muere por sobrecalentamiento, corazón a toda máquina.
La caída al vacío de los remolinos de la corriente de Madame Bovary no se hubiera producido de haberse podido agarrar a alguien y ser remolcada. Como tampoco el autobús que cayó al pozo de Santiago en los 70 pudo ser detenido en su caída por venda elástica de las de hacer puenting. Menos dura hubiera sido su caída.
Era su día, hoy el Ebro de marzo brama crecido. Todo a favor y que no se hiele la fruta. Pero para muchas y muchos en las arenas movedizas, tendemos este camino de sirga social y personal que les de aire.
Mañana no es que puedas ser tú, es que una parte de ti ya es hoy remolcada. Por tu familia, por el sistema, gracias a tu pereza.
Luis Iribarren – 13 de marzo de 2023
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