Los cabezudos de Zaragoza llevan muchos años entre nosotros, y aunque han cambiado su fisonomía siguen siendo unos elementos imprescindibles de las Fiestas del Pilar. Sus más de 200 años de historia conocida (posiblemente más años pero sin datos fiables) los han convertido en esa parte entrañable que todos los niños zaragozanos hemos visto entre el miedo y el candor, entre la alegría y la sorpresa.
Ahora y desde hace poco, los cabezudos ya no pegan como antes y sus látigos con de goma espuma. Excepto en algunos barrios burros de Zaragoza, donde a veces se ven escenas que ya no corresponden con este siglo. Aunque sigan siendo insultados como siempre. Como cabezudos profesionales que son (los de fuera claro, y los de dentro, venga, que sí) saben que ya no hay que pegar.
Yo conocí a un cabezudo de los de dentro. Una maravillosa persona que trabajaba con niños a los que adoraba. Pero que en cuento se ponía la cabeza de cartón y se le daba un látigo de cuerda, se convertía en un cabezudo del siglo XX. Los uniformes son lo que tienen, que mueven las entrañas.
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