22.9.23

Plaza San Bruno de Zaragoza, cada domingo


El ambiente que todos los futuros domingos de vuestra vida surgirá, se recreará y nunca se perderá por la especial configuración de la plaza San Bruno de Zaragoza, será abierto pero recogido y acogedor: un sanatorio para la soledad libremente vivida.

Gozaréis de una amalgama artística si miráis hacia arriba de los puestos, conformados en disposición al menos de hexaedro irregular, de casi estrella de David porque se prolongan hacia el centro de una imaginaria circunferencia.

Ello acontece en un espacio público, antes huerto, hoy comienzo de la Judería Baja de Zaragoza, la del dédalo de calles que suben hacia la Madalena a las que da acceso la calle repleta de palacios denominada de José Palafox.

Las paredes contorno de la plaza de San Bruno son gloriosas, historia del arte. Recogida del cierzo pero suficientemente ventilada, su superficie la conforman como lados el extremo este del neoclásico Palacio Arzobispal, otrora hermoso palacio gótico de los Reyes Aragón.

En una ciudad que solo iguala Córdoba en cuanto a la importancia en vida cívica de sus plazas, la de más reciente urbanización del Casco Viejo zaragozano fue inmediatamente querida y vivida por zaragozanos y visitantes. Aceptada como paso bello pero también estancia en que reposar.

A ello contribuyen los soportales erigidos como bajos de las viviendas sociales municipales que dieron una nueva configuración al espacio, magnífico proyecto estrella de la Sociedad Municipal de la Vivienda de los 90 de Zaragoza.

Sus bloques a distintas alturas, angulares, irregulares y con torre de reloj gemela en la perspectiva del Ebro de la del palacio arzobispal proyectados por el arquitecto Heliodoro Dolls Monells, han recibido unánimes parabienes como proyecto que ha mejorado enormemente todo su entorno, social y visualmente, no ha lastrado la perspectiva ni importancia de La Seo, tildándose por otros arquitectos como conjunto de factura moderna, sincera y madura, adaptada al uso. Como curiosidad, debe significarse que es el principal legado arquitectónico en la capital de Aragón del autor del, ideologías aparte, excelente por su relación con el espacio circundante Santuario de Torreciudad.

En los remates y pasadizos de la plaza, edificios burgueses de contundente fábrica y zaguanes, con ese empaque propio del siglo XIX, esconden bajos que han aprovechado cafés-bodega o con altillo de principal y cuarto de billar, a los que no poder glosar comparar con los de otras ciudades romanas que se han visitado. Bares regios y entonces dignos del entorno del Barrio de las Letras de Madrid o del Quartier Latin de París, a los que no he hallado réplica suficiente en Burdeos ni Lyon. Quizá por su personalidad, sí que en Turín hallarían remedo.

Las calles laterales se engalanan con el Arco del Deán y la fachada del muro mudéjar de teselas verdes tan glosado de la Parroquieta de la Seo, el ábside y cimborrio de la catedral con una vista de la torre no lejana que permite un recorrido por la historia del arte aragonés desde el románico al tardo gótico de la última y, oh maravilla, un arco junto al acceso al museo del puerto romano por el que ver el cauce del Ebro y su margen izquierda.

Dentro, cada mañana de domingo, algunos magos fabrican madrugando por nosotros el reino de las emociones y así nos lo muestran, parece que descuidadamente.

Ningún día se parece a los demás. El próximo domingo os puede salir un relicario de los años 20, un falso pero verdadero cuadrito de Viola, la primera cámara fotográfica que le compraron a vuestro padre, un anuncio de la compañía de nitrato de Noruega de los que hubo en el almacén de depósito de cereales de vuestro pueblo. Y como ha aparecido, marcharse para siempre de vuestra mirada porque os estaba esperando como el amor verdadero y no os ha venido bien parar.

La conversación con libreros, chamarileros, descubridores de chapas y relojes soviéticos o con las joyeras varias que allí moran os va a hacer crecer, ser diferentes y viajar.

Qué pensar de lo que deben sentir respecto de este zoco de las maravillas, esta librería popular en la que encontrar a precios irrisorios toda la serie de Adamsberg, los visitantes de nuestra ciudad a quienes guían el entorno referido.

Pueden llevarse un litro de aceite artesano o una botella de moscatel en envoltorio de perfume como un rosario de piedras del Moncayo engastadas en coral o rematadas por una pieza de ámbar, un humilde laburu e incluso una revista de moda de los años 20 y 30.

Los aragoneses podemos disfrutarlo cada domingo, apoyar a los fabricantes de sueños como ya lo hacemos, crear un momento y zona de placer que sea el momento preferido de la semana para tantos en el día de la inactividad obligatoria.

Veo que muchos y muchas solitarias o letraheridos, y viceversa, sonríen porque vuelven a su infancia, disfrutándola desde las capas de cebolla adquiridas. Es posible que acaben de perder a su madre, a su gato, a Aragón como sociedad, pero les he visto sonreir sin que ninguna administración lo haya podido prever ni programar antes.

Por sorpresa, como sorprende que en Zaragoza haya una pared propia de una mezquita de Estambul.

20.09 Luis Iribarren

1 comentario:

Anónimo dijo...

Plaza San Bruno cada domingo: mercado. Y una buena excusa para que un señor, siempre el mismo, nos largue al vecindario todo su repertorio durante más de 3 horas.
Los cantantes callejeros tienen limitado el tiempo de actuación por razones obvias, excepto en las zonas de mercado callejero.
No hay variedad y ese señor abusa del horario marcado en la ordenanza, es dudoso que su audiencia esté en el mercado y utiliza, además de la acústica del arco, una amplificación electrónica.
El domingo de mercado para un vecino no es tan encantador, creedme.