Releía esta semana una entrada que hice del capitel de las ovejas de Alquézar, pensando en qué seductor es descubrir emociones artísticas cuando se va avanzando en la vida. Consiste en ver por vez primera y ojos no desgastados lugares que creías prescindibles cuando en tus soberbios años treinta, llegaste a afirmar que conocías Aragón.
Todo porque habías tomado algún café bajo la iglesia del Salvador de Teruel, visto una exposición de Cartier en el palacio de Santiago de Huesca, visitado con reiteración los palacios renacentistas de Zaragoza. También por haber subido inconscientemente al Bisaurín o al Aneto, visitado el tremedal de Orihuela, rota la hora en Samper de Calanda, perdido y comido en los restaurantes de Sos y Uncastillo, olido a pan en Daroca y escuchado después un concierto de música clásica en su Colegiata. Visitados “por obligación” y para que el sello conste en el carné Pirineos Sur y sus conciertos, el claustro de San Juan de la Peña y el Moncayo y Tarazona.
La primera mirada política obligatoria que entendemos total, como planificábamos entonces las vidas en común. Cuando todos fuimos conquistadores. Adobaremos este despertar con frases de Romanones, de FP de cinismo:
La violencia no destruye los derechos del hombre, solo interrumpe su ejercicio
Pero quedaban tantos frascos pequeños en que posar con piedad la mirada… Como son el castillo de Trasmoz o las peñas de Herrera, el valle del Manubles entero y verdadero, el alcornocal de límite de Sestrica, las sequoyas de Seira y el Turbón como monte inevitable por el alma elegido, el capitel de las ovejas de Alquézar en contraposición a bajar el Vero en grupo y que si risas barranqueando, una copa de vino de Miedes para compensar no poder beber todo el rato Blecua, las norias y puentes de Sástago, el desierto de Calanda de Buñuel, los congostos del Jalón, el arte urbano generado por el festival Asalto en Las Fuentes, las saladas de Chiprana que nos llevan a las interminables llanuras kazajas, a las carreras de postas de Miguel Strogoff de Verne.
Ya vale de correr, ya vale del relevo. No es malo que se te caiga y que te descalifique, el primero tu propio equipo.
Cuando pensaba que ya lo sabía todo y visto más de Sobrarbe, resulta que me quedaba por ver la Peña Montañesa desde Fanlo, pasearme las orillas del Ara medio, subir al esconjuradero de Guaso y hacer la carretera de Arcusa, desviándome para visitar la iglesia de Olsón (la catedral del Sobrarbe)… Momentos mucho más íntimos que deambular por L’Ainsa, ir a congresos en Morillo de Tou y perderse por La Fueva en Carnaval eran posibles. Divisar desde la carretera la torre inundada de Mediano o la torre fortificada de Abizanda para oler a hierba en Pineta les ha tocado vivirlo a mucho visitante de paso.
Porque la frase es el alcaloide del pensamiento…
Recuerdo una noche de cubatas en Zaragoza cuando un conocido me expresó su deseo de que lo acompañara en un viaje en el tiempo. Su objetivo era ver el interior de la iglesia de San Martín de Buil, un pequeño lugar de la cara norte de la Sierra de Arbe con dos iglesias y castillo no muy lejano andando a Morillo de Tou.
Era su obsesión verla, como la mía hacer el circular de tres iglesias que circundan Tella y se erigieron para exorcizar un pequeño villorrio con tradición de aquelarres con el único y exclusivo motivo de exorcizar a todo un clan o conjunto de familias. Se conoce que llevaban el chamanismo en el ADN o así lo pensaron los obispos de Roda y Barbastro, que subían a consagrar a la montaña de chaparrales cerrados como en América tenían que subir afluentes del Amazonas o del Paraná sin canoa.
Oyendo a Morricone en su coche, puesto que la escenografía sí forma parte de la educación –al menos de la artística-, conseguimos con la misma devoción con que tantos visitan el punto de energía celta en que se asienta San Benito de Orante, cerca de Jaca, que nos abrieran las iglesietas de Buil.
Si será modesto que se cree inferior a sí mismo…
Él, de falso modesto ni la etiqueta, conocía bien que tanto San Martín como Santa María guardaban dos joyas de naves policromadas interiores. Siendo yo de cerca de Bagüés, habiendo visitado los retablos de Anento y de Bolea, mi interés pasó a ser fulminante. Más porque no había oído nunca hablar de ellas y me entusiasman los secretos no bien guardados, solo debidos al interminable e insostenible paisaje y patrimonio de Aragón.
Por describir como las guías, para que lo veáis leyendo, Buil presenta como Guaso varios barrios con iglesia separados por clamores, en faldas arboladas y castillo propio.
La iglesia de San Martín presenta en su exterior un airoso ábside románico lombardo y parece un trasplante de las del valle del Gállego y resto del Serrablo en ese Sobrarbe de torres de iglesia que semejan de palacios familiares, cuadradas, sólidas e importantes.
Dentro, sobre suelo de piedretas de río se levanta nave con bóveda románica y sustentación en poderosos arcos formeros interiores de medio punto, rebozados todos en parte por unos magníficas y airosas pinturas al fresco de la época tardo barroca, del rococó, con los motivos y colores de las cerámicas de Manises. Cenefas, aspas… de colores dorados, cadmio y verde hoja de pino o musgo. Combinación armoniosa que reproduce el otoño sobrarbenco.
El futuro no existe, existirá
La sorpresa fue mayúscula ante dos policromías presentes en las capilletas laterales y que mi amigo conocía bien, por haber leído sobre ellas.
Una virgen con niño barroca pintada, sustituyendo con seguridad los pequeños retablos donados por familias importantes presentes en las iglesias de las ricas poblaciones de Jacetania -en que todos fuimos infanzones como propietarios y gestores de los bosques de los que salían las galeras que se ensamblaban en las atarazanas reales Aragón de Tortosa y Barcelona- y, especialmente, asombrosa pintura concentrada de una ciudad amurallada: la Jericó de las trompetas, la Aínsa o Huesca de la época, qué importa.
De lo que se trata es de que los que amáis Aragón y nos visitáis gocéis con tener todas estas emociones pendientes. Del mismo modo que a mí me cambiaron el paso aquel día, que nos dejemos llevar por las sendas de lo menos evidente para no pensar que ya lo tenemos todo visto. Y aplicarlo a tampoco pensar desde nuestro egocentrismo de roca caliza pirenaica que nos hemos terminado a vecinos, amigos o familiares.
01.09: Álvaro Figueroa y Torres (Romanones), resucitado hoy como poeta y porque cazaba en Ansó y ha sido el día del Traje, y Luis Iribarren, su entonces y hoy humilde servidor. En el futuro, ya se verá, que ya existirá.
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