25.11.25

Uzbekistán Aragón 3. Los símbolos de la fuerza divina de ciertos clanes en la Arquitectura


Así que sería maravilloso que te quedaras, y hagas que el viento sople con fuerza en este mundo (Khosiyat Rustamova)


Concuerdo, especialmente en el caso de Samarcanda y Tashkent, con lo afirmado por afamados viajeros españoles y hasta el motero de La 2 que las han surcado: las repúblicas turcas de la antigua Unión Soviética albergan un urbanismo y restauraciones muy Romanov y Stalin, demasiado rusas e imperiales.

Su modelo y el de todas las ciudades intermedias CCCP: la eclosión como capital de la nada de San Petersburgo, las iglesias de madera ortodoxas ricamente talladas en el Lago Ladoga o el kremlin de Kazán, la capital musulmana de kanato en el Volga, aprovechar un terremoto para legar un metro brutalista alucinante en agradecimiento de toda la madre Rusia a una ciudad de su periferia.

La verdadera frontera natural entre la cultura europea y la turca, búlgara o húngara de las estepas es el río colector Volga, no los Urales. La aristocracia de los Esterhazy, de origen nómada, llevaba a sus invitados a ver sus caballos pastando en la llanura de Panonia mientras sus siervos se hacinaban en los cortijos. Todo al más puro estilo huno.

Todo clan o grey que tiene un origen puede aburguesarse en sus tierras de destino pero conserva sus tótems y conexiones ancestrales, los coloca y engalana en palacios y parlamentos como el de Budapest.



Los símbolos en nuestros lares también fueron restaurados. Toledo, Segovia o el Madrid de los Austrias en un estilo de pizarra con adobe y espadas, de águila imperial. Los Amigos del Serrablo o las diputaciones rehicieron claustros y torres románicas. La Aljafería presenta un estado demasiado inmejorable de revista con los informes pertinentes de patrimonio favorables. Todas las restauraciones no se acometen con elementos de tanta calidad como la piedra dorada de Villanueva en Salamanca. Sin embargo cualquier pieza destacable patrimonial lo es porque contiene un elemento o varios artísticos perdurables, icónicos.

En Aragón entiendo que tales lo son los crismones románicos a partir de la Catedral de Jaca en el Altoaragón –círculos tallados en las portadas que representan a Cristo pues resaltan la letra inicial y final de su nombre en griego, dejando espacio para su sujeción mediante abrazo de ángeles o leones-; la ventana mozárabe de triple arco de San Juan de Busa, utilizada en varias torres de las iglesias del Serrablo; las torres góticas octogonales de las iglesias oscenses y del levante turolense; los castillos de piedra caliza y rodena medievales, entre los mejores de Europa; los arcos polilobulados de la Aljafería y los cimborrios de las iglesias gótico mudéjares.

Si nos dirigimos al sur de Aragón, encontraremos como elementos señeros los artesonados de Daroca, Calatayud y Teruel de su mudéjar, el magnífico claustro de este estilo de la colegiata de la segunda ciudad y la catedral turolense, y la cerámica vidriada y rejas de acceso a palacios y edificios religiosos que hemos comparado con la de los monumentos iraníes y uzbekos.

La emblemática torre del Salvador de Teruel, levantada como casi puerta de acceso a la ciudad sobre un arco gótico apuntado, reúne en mi opinión el más sublime logro artístico mudéjar aragonés. Convirtiendo un minarete de altiplano de reconquista en una alhaja refinada que brilla por estar rellenadas sus series de ladrillos en sus vacíos por azulejos.

En ella se halla presente, no es el único caso en Aragón, la técnica de la sebka o red en varias tramas de los paños de la torre. De modo menos arabizante y extensa que la extensión de sebka de la Giralda sevillana, en la torre del Salvador los artesanos ceramistas turolenses de origen musulmán realzaron los agujeros de ladrillo plano en forma de rombo de la red con las estrellas símbolo de la ciudad, círculos más grandes o pequeños, columnetas de cerámica y dameros romboidales. Compuestos por piezas resultantes de la amalgama de pequeñas teselas o piezas de cerámica blanca y verde.



Los elementos originales de la arquitectura uzbeka son asimismo sorprendentes, nunca arrogantes sino emparentados con el uso de edificios.

La ciudad de Jivá, capital cultural y matemática del centro de la Ruta de la Seda, presenta sin embargo una arquitectura de madrasas algo inferior al resto de ciudades uzbekas pero un bosque de pilares tallados en su mezquita Juma, alguno de los cuales se remontan al siglo XI. Se trata de un edificio que traslada en mucha mayor medida que la Mezquita de Córdoba al impacto que tuvo que suponer para los caravaneros llegar tras un inhóspito desierto a una ciudad oasis, con sombra, cultura, agua y verduras frescas.

La mezquita no tiene cúpulas o entradas de las tan monumentales elevadas uzbekas, gloria de su arquitectura, pero que sí conduce con su frescor y porque no apabulla a comprender el descanso para el comerciante y peregrino que tuvo que suponer entrar en un espacio de columnas labradas de olmo del desierto, donadas por los propios mercaderes de la Ruta de la Seda hasta un número que rebasa en doscientos los árboles allí bendecidos. Traje un bastón en que los artesanos locales reproduce los motivos vegetales cincelados en las mismas, que comúnmente tienen una femenina forma de pera labrada cerca de la base, se estrechan en un bello y femenino tobillo y se completan con un pie rebozado en pelo de camello que servía como práctico insecticida y ahuyentador de piojos.



Incluso si lees antes de ir sobre arte de la Ruta de la Seda, nada puede prepararte para entrar en un palacio-salón al aire libre, sustentado su escenario por altísimas columnas de árboles de una pieza de los oasis envejecidos como el mejor arte wabi-sabi japonés, con la paredes separadas por placas de cerámica de mayólica azul y con un artesonado que contiene los colores especiales del zoroastrismo persa y su culto al sol: rojos y naranjas, tan presentes en los diseños de las sedas uzbekas. Semejante sensación únicamente es comparable a dejar pasar el tiempo en los Reales Alcázares sevillanos y el Patio de los Naranjos de la Aljafería zaragozana.

El palacio Tash se organiza en torno a un patio que permite la instalación permanente, así se presenta hoy, de una yurta para visitantes. Dado que especialmente en verano por tratarse la clase dirigente o sha de la ciudad de aristocracia turca convertida al Islam, a los visitantes ilustres les gustaba recordar sus orígenes durmiendo al raso.

Como curiosidad y parentesco, los italianos denominaron como mallorquina (maiolica) la técnica de vidriar con estaño y pintar con óxido metálico placas de barro cocido para su uso en cerámica decorativa para un uso gastronómico o la decoración de exteriores. Se trató de producir un trampantojo que recordara a la porcelana china, exportada por la Ruta de la Seda, que resultaba exclusiva y demasiado cara como para instalarla en edificios grandes. Eso si no se rompía bordeando los camellos el desierto de Gobi y pasando en verano con contrastes climáticos brutales los pasos del Tian Shan al valle de Fergana.



De la ciudad de Bujara, debo compartir algunas mociones que como aragonés me cautivaron, madrasas y mezquitas de juguete aparte. Más que glosar monumentos que todos debéis visitar una vez en la vida, me quedo con que disfrutéis del conjunto de acequias y albercas, más de doscientas, que refrescaban la ciudad de sus cuarenta grados veraniegos.

El conjunto impresionante de lugares de estudio o madrasas que engalanan la ciudad, su judería con sinagoga todavía activa que nos evoca la condición de Bujara e Isfahán de primeros asentamientos de comunidades judías en la diáspora –a los que sucedería siglos después Toledo y Zaragoza en Sefarad- no hubiera sido posible sin su condición de centro de regadío y mercado de frutas y verduras.

Saliendo de la ciudad a sus barrios y pueblecitos de extrarradio, Bujará recuerda enormemente a Zaragoza con su colección de escuelas coránicas de sus arrabales–para nosotros cartujas- y sus mausoleos sobrios pero conceptuales de ladrillos resaltados, enmarcados en parques soviéticos que remedan huertas regados por canales.

Particularmente hermoso por su ubicación y simbología me pareció el de Samani, emir del siglo IX, construido en el siglo X. Cajita que marca una profunda evolución e innovación en el arte de la Ruta de la Seda hacia el uso de un pequeño templo de fuego cuadrado persa que también recuerda al cuadrado de la piedra santa de la Meca, a una función propia de la primera religiosidad islámica. Sincretismo del muy bueno en un espacio de regadío –el paraíso persa- con significación religiosa y de culto, el mausoleo de un líder suní contiene adornos de ladrillo en forma de círculo, columnas macizas y galerías de ventanas por cada lado que trasladan tanto al primer arte persa como a los patios del renacimiento aragonés y a la Casa de la Estanca de Borja, escueta pero preciosa vivienda del guardián de los riegos de la acequia del Sorbán.



Nuestro paseo termina en las madrasas de la plaza Registan de Samarcanda, excesivamente rehabilitadas al gusto occidental. Azul cielo de los altiplanos del Altai es el color de la mayoría de los ladrillos vidriados y placas de mayólica, de sus pieles de azulejo. Qué emocionante fue ver el proceso de colocación sobre lechada de yeso de una nueva, esa simple confirmación de que la artesanía uzbeka, ya nos gustaría a los demás, pervive.

La plaza fue el centro cultural y económico de la dinastía de Tamerlán y de toda la Ruta de la Seda. Por el contrario , sus madrasas no tienen hoy uso educativo y científico –el de Samarcanda como meca de la astrología-. Tampoco los tres extraordinarios bloques que conforman la plaza y compiten con el firmamento en belleza estuvieron en su día separados por semejante aberración de explanada pilarista (no me gusta la plaza del Pilar, sí la de la Seo), sino por un zoco.

Qué distinta es hoy en su teatral aspecto de escenario perfecto Bolshoi de lo que indica el origen de su nombre: lugar de arena en persa, explanada plana generada en la confluencia de varios barrancos apta para instalar un zoco y sus servicios religiosos adyacentes. El Arenal de Bilbao, la plaza Lanuza del Mercado Central de Zaragoza, la ubicación de la Lonja de Valencia obedecen a semejantes patrones: lugares llanos de aluvión, no inundables ni que hundan los cimientos, representativos antes de monumentalizarlos.



Así, las postales históricas de la ciudad anteriores al imperio ruso reflejan la vida vivida en el espacio, próxima a las turbulencias de la de la plaza central de Marrakesh. Estuvo precariamente iluminada para salvar las almas de sus usuarios pero todo cambió cuando le metieron más focos que a un campo de fútbol para dar servicio a los desfiles soviéticos y después uzbekos, que hoy conmemoran la grandeza de su cultura turca y del legado del caudillo militar Tamerlán y su romántico descendiente Ulug Beg.

A pesar de eso, las madrasas presentan alucinantes series cerámicas esquemáticas, alminares embellecidos por caligrafías en cerámica negra festoneada de blancos purísimos, interiores con dos pisos de alojamientos para profesores y estudiantes con patios centrales frescos y una mezquita soberbia para orar.

La principal diferencia con los modos decorativos en yeso de la Aljafería zaragozana, de Granada o la mezquita cordobesa, se disfruta si miramos hacia arriba. En la mezquita Shir Dor, encontramos dos leones de pishtak rematando su pórtico elevado principal de cerámica amarilla, resaltando el azul dominante. Un guiño de la dinastía que encargó la construcción a su pasado nómada turco, previo a su conversión al Islam, y contrario a la representación de figuras humanas y animales que proscribe.

La menor en tamaño y, en mi opinión, más utilitaria y distinguida madrasa Nadir Divanbeg de Bujara alberga la más especial cerámica que vi en todo el viaje en que dos faisanes hechos de teselas verdes adoran a un sol central.

Porque así hablaba Zaratustra, con versos libres o torcidos como son hasta los renglones de Allah.

25.11 Luis Iribarren

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