3.10.25

Ebro 5: Zaragoza: Metrópolis del Ebro


Empezamos las fiestas de Zaragoza, Aragón y todo el Valle del Ebro, por lo menos el taurino, del Pilar de 2025.  Elaborados a orillas del Ebro, como reza el eslogan de la principal cervecera independiente de la ciudad, me dirijo a ti, Zaragoza, como ciudad que a mí me hizo, como oscense agradecido.

Quiero escribirle a esa hija de César Augusto cuando se materializa y se echa a la calle, adelantando un tramo de mi Ebro.

Todos hemos escrito o pensado sobre este ventoso punto de encuentro, la principal ciudad de población de Soria, el punto de compras al por mayor de Lérida, el este oasis central y faro en mitad del desierto aragonés rodeada de gasolineras de Hopper, narrada por escritores parientes del poeta Crane que conforman lo que la crítica ha aquilatado como la edad de plata de las letras aragonesas.

Zaragoza es por sequedad climática y días de sol, por sus páramos que la circundan, pariente de la israelí Beershevá, la kazaja Astaná, la turca anatolia Konia con la que comparte condición de ciudad de fe y la capital de Arizona: Tucson. Su entorno dramático y especializado en cultivos como la vid con un marco de fondo calizo de montaña no tiene relación con los paisajes dulces europeos y traslada a la argentina Mendoza, Calgary o Isfahan, diferenciándose del resto de capitales mundiales del páramo por su vena aorta: el Ebro de aguas abundantes. Entonces las comparaciones más felicesserían con Bagdad, Xian o El Cairo.



Si el emplazamiento de Zaragoza es magnífico es una cuestión que ya fue apreciada desde su fundación por Roma que roturó con bueyes su cursum próximo al solar de Salduie, asentamiento ibero-sedetano bendecido por la abundancia de aguas de su entorno.

El mismo tuvo como área de desenvolvimiento el rectángulo de superficie a trazarse desde la desembocadura del Huerva en el Ebro hasta el límite de la actual calle San Vicente de Paúl y por su paralela a considerarse desde el centro del parque de Bruil a la presente calle San Jorge. La anteriormente llamada en mi infancia Salduba –nombre del primer pabellón polideportivo cubierto de la ciudad- fue una ciudad rival de la vascona y próxima Alagón-Alaun en cuanto a asegurarse el agua necesaria para regadíos y tierras de cultivo, y se trató de una ciudad libre y próspera. Cuestión reflejada en los singulares bronces de Botorrita, sitos en el Museo provincial zaragozano que ya revelan una sucesión de actividades en el centro del valle del Ebro comunes a cada civilización que lo ha administrado y previas a Roma.



No es extraña la importancia de la urbe desde sus primeros días. No lejos de su feliz emplazamiento en el encuentro de tres ríos, desemboca en el Ebro el río Jalón como principal afluente y más largo de su margen derecha a pocos kilómetros aguas arriba de Zaragoza. Avanzando río arriba por su valle, se transita por un paso natural para la civilización e intercambio de mercancías con las mesetas castellanas, el centro de la Península que dio acceso a Tartessos, como se accede por su afluente Jiloca arriba a las huertas y mar valencianos.

En la margen izquierda del Ebro y hoy integrada en la ciudad, hallamos la desembocadura del abundante en aguas de calidad río Gállego, el que viene de la Galia y hoy Francia, que mediante acueducto suministraba agua del Pirineo a Zaragoza, nada es nuevo. Remontándolo se llegaba a través de calzadas romanas muy transitadas por ser el acceso de los legionarios a fuentes de aguas termales al Portalet, se cruzaba los Pirineos y se alcanzaba Pau-Beneharnum, Tolosa y Burdingala. Por todo ello, la ciudad de Zaragoza como cruce de caminos y nudo logístico no es cosa nueva sino heredada.



Sobre una parte y algo más al oeste de la fundación ibera de Salduba, César Augusto ordenó arar un cursum con vistas al río y erigir una colonia romana que se reveló fundamental para la romanización del Valle del Ebro. Lo confirman los importantes restos e instalaciones de que dispuso como ciudad intermedia, concebida para regir uno de los cuatro conventos de la provincia romana Tarraconense –además de los de Clunia y Sagunto, añadido el de la propia capital-.

El legado que ha llegado a nuestros días no solamente es material, compuesto por los en restos de una muralla firmemente levantada, un pantano de abastecimiento en Mezalocha, puerto, termas, un foro muy fino y un teatro más grande en superficie que el actual principal de la ciudad. Sigue vigente en la articulación de las calles que pisamos cada día, en el plano de la ciudad y su Coso perimetral mencionado y pegado a la muralla.

Asimismo presente en los abundantes fondos romanos expuestos en el Museo provincial de Zaragoza o en el puente de tablas con pilares de piedra precursor de uno de los símbolos de la ciudad: el puente de piedra medieval. Marcadamente utilitario al tratarse de un elemento de ingeniería romano, pues constituía en puridad un puente-acueducto para la traída de aguas más limpias a la ciudad desde el río Gállego, como se ha citado.

Las cloacas y complejos excavados reflejan la importancia de la capital de convento parida por Roma, pero lo que ha pervivido de todas las decisiones administrativas romanas en el alma de la ciudad ha sido su consolidación en todas las civilizaciones como ciudad puerto, mercado y puente, como almacén logístico desde el que distribuir los excedentes de producción de todo el valle del Ebro. Metrópolis del mismo, por consiguiente.



Ello significó que Zaragoza no perdiera tanta importancia como otras ciudades hispanas o europeas en el periodo visigodo, manteniéndose como sede episcopal de la que fue cabeza el santo Braulio, excelente escritor de la generación de Isidoro de Sevilla. Ello la catapultó a conocer un esplendor económico y cultural en su calidad de capital de la frontera norte del califato omeya y con el gobierno y administración de los reyes de la dinastía yemení Banu Hud en que Saraqusta y sus políticos e intelectuales controlaron y recibieron recursos de todo el noreste islámico y reyes vasallos cristianos. El esplendor de su palacio taifal de la Aljafería revela esa edad de oro.

La sociedad de Saraqusta la Blanca, Al Baida, asimismo albergó un complejo palacial administrativo en el entorno de las Murallas Romanas, una notable judería intramuros que se conservó tras la reconquista de la ciudad y otro fundamental núcleo exterior, un barrio mozárabe, erigido en torno a la basílica y cripta de las Santas Masas –después de Santa Engracia-, hoy próxima al Paseo de la Independencia. Centro de culto que pervivió en el solar siempre sacro en que desarrolló su magisterio san Braulio. La portada de la iglesia renacentista que aún se conserva es la mejor obra de Gil Morlanes padre, una obra escultórica de alabastro que disfrutamos en cada paseo por el centro. Qué decir de su palacio de la plaza San Carlos, uno de los principales hitos de la arquitectura iconográfica renacentista europeos en su sucesión frontones y columnas de sus ventanas historiadas.

La tolerancia islámica anterior al gobierno almohade de Saraqusta no fue casualidad, pues la élite gobernante estaba compuesta por integrantes de la familia Banu Qasi, visigodos cristianos convertidos al Islam.



Zaragoza devino capital de Aragón desde la entrada a la ciudad de Alfonso I en 1118, experimentando un notable crecimiento por repoblación franca pero conservando su población judía concentrada en el flanco este interior de la muralla romana, hoy barrio de la Madalena, y con la musulmana o mudéjar trasladada fuera de las murallas junto con sus actividades mercantiles y productivas en el arrabal de Sinhaya o de la Morería, al sur de la puerta Cinegia que porta su nombre y cuya calle principal siguió el trazado del actual Paseo de la Independencia. Localizándose otros arrabales en Altabás, margen izquierda, y Tenerías, cuyo eje sería la calle Doctor Palomar en nuestros días.

Con la Corona aragonesa volcada en su consolidación como potencia marítima mediterránea, Zaragoza continuó como centro institucional de los Aragón y gran centro, a la par que el de Burgos en Castilla, para la de exportación mediterránea de la lana de alta calidad pirenaica.

De lo que da ejemplo la construcción de su bellísima Lonja renacentista, próxima al palacio de los Aragón y su catedral de la Seo de San Salvador, con elementos románicos pero fundamentalmente erigida en estilo gótico mudéjar de lo que da constancia su interior y magnífico cimborrio.

Destacando la torre exterior barroca, obra del arquitecto Contini y su única obra proyectada fuera de la península itálica, el remate es particularmente bello, un chapitel bulboso, digno de un discípulo de Borromini. Elemento que la emparenta con la Colegiata de Santa María de Calatayud y abundante en el barroco del norte de Europa.

Si preguntamos a los zaragozanos, sin embargo, qué dos elementos arquitectónicos de la ciudad les parecen más singulares y generan mayor cariño contestarán sin dudarlo que el airoso pasadizo del Arco del Deán y la fachada norte de la Parroquieta de La Seo que convierte a Zaragoza en una capital casi selyúcida, en una corte iraní con los colores de Muel que son los de Isfahán.



Además de la Lonja, la ciudad mercado de la lana y otras producciones hortícolas, la capital cuchillera y cuna de artistas y pintores al servicio de todo un valle, la de los banqueros e inversores inteligentes, la de los jefes de la Casa de Ganaderos de origen aquitano, dio de sí económicamente como para contar con una colección de palacios renacentistas con patio.

Una parte de los cuales todavía se conservan en buen estado, siendo museos o infraestructuras públicas en su mayor parte como los de los Condes de Argillo, la Casa Pardo, la de los Morlanes en la antigua judería, los de la Real Maestranza, Huarte-Azara, Montemuzo o Armijo rodeando La Seo, o los magníficos de Sástago y de Morata o Luna, en el mismo Coso.

El acuerdo de los historiadores del arte es unánime en cuanto a considerar al Palacio de la Infanta como obra cumbre de este periodo en que a Zaragoza se la denominaba como “La Florencia Española”.

Tras ello y hasta la destrucción inmobiliaria de la Guerra de la Independencia, se erigen conventos e iglesias barrocas en la ciudad antigua, los ilustrados conciben la arboleda Macanaz y la llegada de aguas del Canal Imperial revoluciona el urbanismo, se pone de moda Torrero y veranear en las torres y la ciudad se estira hacia el sur.

El siguiente momento de expansión se produce a final del siglo XIX con la llegada del ferrocarril, la condición de punto neurálgico para el tráfico de mercancías y personas de la ciudad y la implantación de la industria de transformación azucarera, germen del crecimiento de factorías y polígonos que aún perviven. De ello están dando réplica numerosas publicaciones y artículos especializados.

El siguiente impulso se daría a partir de los años 60 hasta la implantación de General Motors en Figueruelas, con la llegada de la US Air Force y base española que ha legado el mejor y más largo de los aeropuertos del sur de Europa –causa y origen junto al Canal que constituye su flanco norte de Pla-Za-, el impulso de la ciudad como polo de servicios y universitario y, con posterioridad, como capital de la comunidad autónoma aragonesa repleta de nuevos equipamientos.

Ello ha condicionado que la superficie de Zaragoza se haya multiplicado por cuatro, el desarrollo del ACTUR y demás actuaciones urbanísticas, ser origen a partir de su puerto seco del tren de la Ruta de la Seda hasta China y contar con una decena de polígonos industriales punteros y una prestigiosa industria propia entre la que no se puede dejar de mencionar Pikolín, la chocolatera Lacasa con origen en Jaca, la cervecera Ámbar y las papeleras con mayor producción de calidad y cantidad europea; junto con un sector bancario y de seguros impresionante.

Fue con la Expo 2008 en que Zaragoza dejó de estar divorciada de nuestro Río Padre, la arboleda no impide pasar el Ebro porque está llena de vida y las mozas rabaleras cogen el tranvía para merendar en Valdespartera, donde mi tío navarro hizo su desértica mili.

02.10 Luis Iribarren

Plano de Zaragoza con las tropas francesas sitiando la ciudad


Este plano de Zaragoza, del año 1808 y 1809 (más bien de este último año) nos muestra varias cosas interesante, dentro de que es un plano poco real en cuanto al urbanismo de la ciudad, pues está muy alargado, no representa realmente la Zaragoza de entonces. pero es un plano militar.

La Guerra de la Independencia, y esto lo entendemos mejor ahora que estamos en unos años prebélicos que no sabemos hacia dónde nos llevarán, no era cuestión de españoles y franceses, Intervinieron muchos más países.

Hubo también portugueses, ingleses e italianos, y todo ellos hicieron sus propios planos de la ciudad de Zaragoza, para defenderla o atacarla. En realidad luego no intervinieron tropas europeas en la defensa de Zaragoza.

Otro detalle interesante de reseñar es que es el primer plano de la zona en donde se ve señalada la Sierra de Alcubierre como zona de interés militar. 

Famosa en la mal llamada Guerra Civil de España como una zona de asentamiento de las tropas de la República para intentar atacar Zaragoza, aunque nunca pasaron de morir y matar en esa zona tan estratégica aunque no lo parezca, para defender Zaragoza.