21.4.25

Arte Urbano en GranCasa de Zaragoza


Las calles de Zaragoza son un pequeño museo al aire libre, con expresiones artísticas que, aunque a menudo pasan desapercibidas, enriquecen la vida urbana y el patrimonio cultural de la ciudad. Más allá de los monumentos y los museos, existe un arte cotidiano y vibrante: desde murales de gran formato hasta pequeños grafitis, pasando por mosaicos y otras intervenciones urbanas que sorprenden a quien se detiene a observar. ¿Deberían ser más en número?

El arte urbano, y en especial el graffiti, es un claro ejemplo de creatividad efímera. Estas obras, nacidas muchas veces del impulso y la reivindicación, transforman muros y rincones en auténticas galerías temporales. Su carácter fugaz —expuesto a las inclemencias del tiempo, el paso de los viandantes o las renovaciones urbanas— no resta valor a su mensaje ni a su potencia visual. Al contrario, su temporalidad añade un matiz especial: cada obra es única en el momento en que se contempla, y puede desaparecer o transformarse en cualquier instante.

Zaragoza ha sabido abrazar este arte con iniciativas como el Festival Asalto, que convierte barrios enteros en lienzos colectivos y fomenta la participación ciudadana. El festival no solo embellece la ciudad, sino que también promueve la cohesión social y la apropiación del espacio público, invitando a vecinos y visitantes a descubrir nuevas formas de expresión artística y a dialogar con ellas.

Un ejemplo singular de cómo el arte urbano de más calidad puede trascender su propia naturaleza efímera lo encontramos en la entrada del Centro Comercial GranCasa. 

Allí, el mosaico de Antonio Saura, realizado en el año 1997, se despliega como una suma de figuras que evocan el lenguaje del graffiti. Aunque la reciente remodelación de la fachada ha intentado reducir su visibilidad, la obra sigue siendo un testimonio de cómo las técnicas y estéticas urbanas pueden integrarse en espacios destinados a perdurar. Cada figura del mosaico invita a una observación detenida, revelando detalles y matices que a menudo pasan inadvertidos en la prisa del día a día.

Así, Zaragoza se convierte en un escenario donde conviven el arte efímero y el permanente, lo espontáneo y lo planificado, invitando a redescubrir la ciudad con cada paseo y a valorar esos pequeños grandes tesoros que decoran sus calles. Porque el arte, aunque a veces invisible, siempre está ahí, esperando a ser encontrado.