14.4.25

Qué espíritu cofrade nos invade. Escrito un 14 de abril


Quiero ser santo y beato, sentir ser español. Ver con normalidad que un costalero de la Madalena en su camiseta porte la bandera de Aragón o de la comunidad gitana, mientras que otros no. Quiero pensar que la bandera a la que renunció el PSOE es la de todos, como cuando a un cocinero francés, incluso de origen español, le otorgan como máximo honor una chaquetilla blanca con cuello tricolor. Incluso si es de origen judío y se apellida Marx, porque oficia como gloria de Francia y punto.

Me gustaría sentir, y la siento, una atracción inocente por las cofradías como manifestación del gremialismo medieval. De barrio y oficio, conformadas por duros discípulos de franciscanos educados en la pobreza, por costaleros fabricantes de sillas de enea, por gitanos oscenses maestros en la saeta… Como manifestación cultural, así la venden para cortar las calles, en la que todos cabemos…

Nuevamente no es lo que me encuentro como espectador, redobles de tambor de bossa nova para epatar modo “algo hay que inventar o se nos irán todos a la tirolina de Hoz”, que no sé mucho si corresponde con los magníficos nombres de las cofradías: ten piedad por ti, no te laves las manos en la Junta de tu comunidad, ojalá solo lleves tres caídas de pecar de pensamiento, palabra y omisión por año, intenta no dar lanzazos por la espalda a tus compañeros de trabajo,…

Ojalá pudiera llegar a la iluminación no individual y pensar que en regalar su espalda para mortificarse o limpiar el paso, es muy fácil acompañarlo limpio como quedar conmigo arreglado sin saber a costa de quiénes lo he conseguido, es de los pocos momentos de igualitarismo del año bien entendido.

Me influencia cada cosa que leo, yo me acuso. Y vrios de los textos que más me gustan del brillantísimo periodista Manuel Chaves Nogales, son los que dedicó a la Semana Santa de Sevilla este republicano liberal y laico, desde la imparcialidad e implicación más absolutas. Son páginas repletas de versos en formato libre, emocionantes aunque contenidas descripciones, nunca recreaciones de lo que él huyó y Antonio Machado, simbolista, tanto recetó.

En definitiva, Chaves fue el primer autor que describió brillantemente una parte de la vida cultural, social y religiosa de su ciudad, entrando en el barro de las consecuencias para los favorecidos por la República (sic, el primer presidente fue un simpático terrateniente y hoy yo hubiera preferido al compañero Felipe Borbón como opción), de la abolición de las procesiones los primeros tres años de la Segunda República plasmando su desacuerdo.

Qué hubiera sido hoy de los oasis de libertad, y de “Pepe el Remero”, un costalero famoso en el mundo entero. De profesión, líder una semana al año…

Por entender el régimen imperante, el conservador de Ortega o Marañón con Ramón y Cajal de antes del Frente Popular, que las manifestaciones religiosas que ocupan los espacios públicos no tenían razón de ser para una sociedad declarada constitucionalmente aconfesional, laica y sin relaciones más allá de las protocolarias con la Santa Sede.

Cualquiera plantea el tema ahora, al alimón con el sentido del humor negro sobre minorías que han discriminado a la masa.

Chaves inaugura la justificación de la consideración contraria: considera los actos procesionales no solo como manifestación cultural del alma de la ciudad sino como propios. Rasgos de una última manifestación de aquellos gremios medievales encomendados a un santo protector, con maestros y aprendices (hoy FP dual), que reflejan ese urbanismo por barrios que especializaba a las ciudades en barrios de unos u otros artesanos (hoy reclasificadores urbanísticos que por generaciones arrojan a los jóvenes a uno u otro desarrollo urbano para financiar el partido, que nunca son ellos como usufructuarios, y los del PSOE de Bono o Page mirando por encima del hombro a los rojos agnósticos y saliendo con la banda de cada ayuntamiento en todas las procesiones, dando imagen de moderados).

El periodista sevillano de mis entretelas, ni hoy sería la Rahola ni tampoco Gabilondo porque es inimitable como el cantante Silvio, nos regaló el cuadro escrito a lo Curro Romero o el pintor que pintó a la mujer monera de que las cofradías aún hoy permiten una igualación propia de las regulaciones profesionales e incorporada por la masonería. Profundizando con sorna en que esta manifestación de imaginería popular, donaciones interminables y saetas o jotas cuyo sonido penetra la luz lechosa de la primera luna llena de primavera, eran en su tiempo inapropiables por los ayuntamientos y los políticos.

A los conductores de los pasos, quienes cantan porque no pueden evitar y dan las órdenes a los costaleros los considera personajes que subliman pertenecer a un nicho profesional cualquiera, alto o bajo, y pasan el año entre el reconocimiento silente de con quienes ellos se cruzan (y les invitan a los finos y manzanillas, invitación del señorito que no rechazan).

Lo que trasciende ampliamente en su opinión en democracia de base a lo que sería una organización y selección religiosa de los párrocos o abades de quién deba representar a la cofradía y participar o figurar en la procesión. Se dejó que la igualdad se desiguala automáticamente a las que, mujeres independientes ojo, se elige como manolas o van detrás del paso. Penitentes así perdonados en sus liberales pecados, como los arrendadores que no perdonaron a sus arrendatarios como sí hacían los monasterios, imploran la gracia de la virgen del paso. No solo se les deja estar contritos como un iraní que se autoflagela, su uniforme no es de faquir sino de modista especialista en el negro y la mantilla siempre a mano y sin pedir factura.

El talento natural para la manifestación de la piedad en forma de mortificar la propia carne, el ayuno como penitencia inevitable, el orgullo durante el resto del año de haber servido a tu barrio por elección, el origen popular y gremial de la participación en la Semana Santa como la reivindicación del origen humilde de la fiesta, choca con tanta publicidad de la pulcritud exacerbada, de las procesiones como espectáculo y su apropiación en forma de acto turístico, en Andalucía como en Aragón. Nadie se queda atrás y hay tantas vías ferratas como artesanos del tambor.

Quizá llevaríamos de otro modo el corte de calles si se mantuviera ese espíritu gremial y de barrio que todavía emociona cuando se asiste al recorrido por la margen izquierda de dos de las más antiguas de Zaragoza: la de franciscanos del Martes Santo y la de Altabás en que suenan resonantes pero humildes carracas.

Como bien me recordó un abuelo bajo aragonés en un inolvidable comentario: si aun siendo republicanos hubiéramos querido tocar el tambor en cuadrilla, para consagrar el día largo y que se plantan los huertos de verano, primero tendríamos que habernos podido comprar los tambores.

14.04 Luis Iribarren

No os voy a felicitar porque sería memoria histérica.