28.6.25

Irán y Zaragoza. De lasañas ilustradas


En fechas recientes he releído un magnífico libro que compré en una librería de lance de la gran reportera —la Oriana Fallaci patria— Ángela Rodicio, titulado “El jardín del fin: Un viaje por el irán de ayer y hoy”.

Recomiendo visitarlo y resumirlo es imposible, me faltan vivencias y poso histórico. Además es un país al que no he ido: no por miedo sino por la situación social de la mujer que he advertido en el cine de Farhadi y del desaparecido Kiarostami. Sé que le debo una visita, que debería tener amigos iraníes porque bebo en pensamiento de Omar Jayyam y el de la Ruta de la Seda.

Irán goza y padece de una singularísima historia, de una importancia en la cultura de la humanidad que hace extraño, el cine siempre lo corrige, que con tanta impronta y legado civilizador en el Indo y el Ganges, su sociedad se mantenga sometida a un régimen teocrático chií. Ese que se apoyó para revolucionar en las bases del socialismo iraní y el descontento popular, de allí su conexión presente con Rusia, para después masacrarlas por paganas.

Sí que es extraño el desprecio rojo español por el laborismo de Israel y la consagración por apoyar intifadas que terminarían de darse aquí por su negación como opción política. Pues pasarían a ser consideradas pensamiento marxista occidental por una nueva sociedad que no pretendería mantener ni desarrollar la igualdad, la fraternidad, ni mucho menos la libertad, sino el culto feligrés.

Las capas de lasaña de la historia iraní que niegan sus actuales dirigentes son fascinantes: la oposición a Roma de los partos civilizados, la corte de Persépolis y el legado helenístico de Alejandro de Macedonia y sus generales descendientes, la importancia de las invasiones persas en la política turca o mogol en el Ganges, el jardín del edén como legado a la humanidad entera (y el parque grande de Zaragoza es el ejemplo).

El parsi fue la lengua poética en tres mil kilómetros de la Ruta de la Seda y son legados vivos del refinamiento de esta cultura el Taj Mahal, la sopa de pollo con granadas y los lukumi de rosa con pistachos, la palabra viene sin embargo de bocado en árabe.

Irán controla en parte el Estrecho de Ormuz habiendo heredado una civilización aria y mogola milenaria, extraordinaria, que rige un difícil paisaje de paraíso en pocos oasis y parió el mazdeísmo como sistema religioso. Religión de la que el judaísmo importa el dios único, el contrapoder diabólico del diablo, el juicio individual, la resurrección y el cielo y el infierno tan contrarios a los filósofos empiristas de la civilización griega.

Es Irán un país tan potente, de tantos estratos y capas, que es natural que tenga una visión del Islam revolucionaria y propia, y que subsista negando su glorioso pasado, metiéndose en cirios y mirando por encima del hombro a los de la Península Arábiga y los sensuales pueblos del valle del Nilo y de Mesopotania, a los que subyugaron cuando se lo propusieron esta raza de cazadores arios que bajaron del Altai, nómadas altos y fuertes.

Del mismo modo que Zaragoza niega sus capas de civilización.

La ciudad sede de escuelas de pensamiento y cabeza episcopal con el magnífico intelectual Braulio al frente, de la generación de Isidoro.

La capital taifal de la dinastía yemení Bani Hud y almohade de los Banu Qasi desde la que se controlaba el norte musulmán omeya y el esplendor de su palacio de la Aljafería, conservando un capital barrio mozárabe sobre el solar de la basílica y cripta de la Santas Masas –hoy barrio de Santa Engracia-.

La corte de los monarcas Ramírez-Aragón que levantan la extraordinaria catedral de San Salvador de la Seo como sede arzobispal pero en que se mantienen los arrabales de Sinhaya, Altabás y de los pescadores de Tenerías. Además de la judería más potente en extensión e importancia peninsular, superando incluso a la toledana.

El centro del mudéjar del valle del Ebro: los azulejos de la Parroquieta que podrían estar en Irán, el cimborrio de la Seo y las torres de varias iglesias.

La capital española en que más se desarrolló la impresión por recepción del invento de Guttemberg, seguramente la única ciudad en Europa que tiene una avenida dedicada a una figura capital en esta disciplina: Jorge Coci, el impresor del Amadís de Gaula con imprenta, junto a tantas, en el barrio de la Universidad, hoy La Madalena. En el lapso temporal en que se promovía por Hernando de Aragón rematar y colmatar de arte la catedral, erigir la Seo y la Cartuja de Aula Dei.

Zaragoza la Harta, enviada por su conjunto de doscientos caserones y palacios renacentistas de los que nos quedan unos treinta únicos. Entonces a la altura de Florencia como única en Europa.

Después travestida en capital de la Ilustración española en acción, con Aranda y Goya en cabeza, y Pignatelli llenándoos aún hoy las piscinas comunitarias; en la que se desarrolló mediante un excelente patrimonio industrial y férreo, una potentísima industria agroalimentaria en torno al azúcar y los alcoholes; la Zaragoza ye-yé y de la generación de Andalán y, por último, y no me cuesta decirlo, la que volvió del revés el brillante intelectual Juan Alberto Belloch y su equipo, en la que se alimentó la generación de escritores y músicos posteriores a la mía tan brillantes y decididos. Y que se han quedado a vivir en este sorprendente oasis ampliado desde la última Expo.

Como para que ahora Zaragoza e Irán no sepamos hacia dónde vamos y vivamos improvisando políticas efectistas. No estando a la altura de nuestra gloria. No percibo que una central logística y ciudad para ingenieros vaya a aportar una capa nueva a la lasaña. Mucho menos que quede, como fardan, dorada metida al horno. Me parece que la pasta de la base está un poco pasada como para que admita queso de Aragón rallado, como pedía el maestro Nola añadir a sopas y pasteles en la corte aragonesa de Nápoles.

. Cuando hayamos partido sin dejar ningún rastro, el sol no cambiará sus leyes ni sus ciclos (Omar Jayyam, iraní aragonés)

27.06 Luis Iribarren