Pasó Márkaris por Zaragoza como lluvia que cala de primavera. Al Teatro Principal como al Centro Cultural del Corte Inglés fuimos quienes somos sus cofrades sin haberle pedido permiso a este santo laico que a tantos fuera de Grecia sí nos representa. Incluyendo al altísimo y entrenador actual del Baloncesto Zaragoza (tiene alias), escuela de Ranko Zeravika, Ilustrísimo Señor de dejar al menos un equipo de alta competición deportiva en primera y risueña persona: don Dragan Sakota, que es capaz de expresarse en la lengua del Maestro.
El autor es un hombre tranquilo, educado, irónico y elegante, pero que no pierde ripio. No solo tiene un lejos sino que de ningún modo decepciona su cerca.
Lo descoloqué un poco cuando aceptó que le regalase yo un ejemplar de Faulkner de librería solidaria sin dedicar en el momento de que él me firmara su último libro. No aproveché la ocasión para hablarle de su incorruptible personaje en tiempos de zozobra, nóminas de función pública disminuidas, con mejor amigo comunista de nombre que porta su nieto pero descendiente de establishment dictatorial: su protagonista pero no alter ego comisario Járitos.
Tampoco le dije que he ensayado a hacer los tomates rellenos de su mujer Adrianí, la del recetario a lo Pepe Carballo de sus novelas, que me parecen artículo de lujo al actual precio de precalentar los hornos. Eso también lo dijo en dos novelas de la serie la que sí considera espartana madre inspirada por la suya propia a la que yo veo como una diosa madura de la fecundidad y parte de mi propia familia.
Mi admiración por Márkaris y la de tantos –estuvo el “olor de multitud”-, al que comparo como referencia incluso por encima de su propia obra a la del profesor José Luis Sampedro, no es necesario enfatizarla pues de suyo se colige por asistir al acto, por haber compartido decepción de que las propuestas necesarias para centrar las políticas en las personas las hayan instrumentalizado líderes que pasan a gobernar solo para sí mismos.
De dónde salieron los que vendrían precocinados para amagar y amargar, Comisario Járitos. No de las “élites” de Valdefierro y Las Fuentes es la permanente respuesta.
Tuve la oportunidad en inglés más que macarrónico de comentarle al maestro que había disfrutado mucho de su “Guía de Atenas” en que dedica un artículo a la evolución social de cada barrio bajando en cada parada de su primer tren, hoy metro, y mirando sabiamente y con perspectiva histórica y peripatética su evolución.
Esto ya os lo conté, pero le añadí que había intentado hacer esa misma serie de artículos a partir de las paradas de la reciente línea de tranvía zaragozano, salvando todas las distancias (el paso de Atenas de casi villa medieval a gran capital receptora de inmigrantes primero griegos jonios y ahora, como Zaragoza, de toda procedencia no se ha dado en la misma medida ni afectado por igual a ambas ciudades).
Debo añadir que en el caso del maestro no me pareció contradictorio que el acto se celebrase en “El Corte Inglés” pero no en “La Pantera Rosa” porque la novelística negra del estambulita Petros Márkaris la considero literatura negra y social-irónica. No apropiable, dan para cualquier lector e ideología sus frisos historiados.
Así y como interrumpí mi recorrido en tranvía, lo reanudo desde Plaza España afirmando desde ya –dado que Márkaris mata enseguida en sus novelas, que el Paseo Independencia con edificios magníficos hoy ocupados por oficinas ha perdido carácter.
Tanto este boulevar restaurado en el momento de regencia municipal de Atarés, que presenta un estado permanentemente moderno como la plaza del Pilar de García Nieto por sus discutidas farolas y que huele a flor de unos tilos que pensaba que morirían por socarrina, como la calle Alfonso y Coso Alto tienen un paisaje comercial completamente común y uniforme, al de las calles principales no solo de París o Salónica sino incluso hasta de Huesca o Teruel.
Ocupados por franquicias idénticas de multinacionales de la confección, saturados de veladores, con sus emblemáticos cines racionalistas o art-déco transformados en pasajes u ocupados por templos de comida rápida.
Este magnífico espacio urbano fue la antigua Plaza Mayor de la ciudad, que daba la espalda al río, cubriendo un vacío de corazón que la plaza del Pilar reservó para religión y poder civil.
Con una buena prolongación en calle Cádiz y una necesaria y brillante peatonalización de la plaza de Santa Engracia que da perspectiva a su interesantísima portada renacentista, fue generado y potenciado, incluso parcelado, como consecuencia de la celebración de la Expo Universal de 1908 de Zaragoza y luego completado, respetando cada edificio sus agradabilísimos porches que protegen del cierzo, por emblemáticas sedes como las de Correos, Telefónica, Sepu, CAI, el propio espacio del Corte Inglés y otras.
De por sí, Zaragoza debido a Independencia siempre está huyendo hacia el sur y separándose de Huesca y del origen de Aragón dirección a Calatayud y Madrid. Es un paseo de región y no de país.
Pero su conjunto de edificios es diverso, cómo no en Zaragoza: a veces airoso o pesado, múltiple y con momentos sutiles y poderosos, aunque personalmente echo de menos su centralidad en ocio que solo supero cuando voy al Palafox y me paro en el mural de su vestidor, antes de que al meterme a la sala 12 correspondiente me dé bajona.
Abandonado su pasaje sin comercio, languideciendo el Centro Independencia, por desplazamiento residencia y de ocio a complejos periurbanos de fácil aparcamiento.
Lo mismo puede decirse de la plaza Aragón y su entorno y la Gran Vía hasta Goya, en que apenas quedan tiendas de sombreros de postín, aquella Zaragoza de boutiques y notarías sin apenas población residente en sus extensos pisos de más de 120 metros cuadrados, habitados por exponentes de una antigua élite envejecida. La que daba acceso al barrio y colegio alemanes que ha descrito en términos de precisión y emoción, es su estilo, el maestro Sergio del Molino.
La Facultad de Medicina antigua con su paraninfo, espléndido restaurante y salas de exposiciones, en que se ha mantenido la biblioteca usada por Ramón y Cajal y sus discípulos, o la propia sede de Heraldo de Aragón, crucial para la determinación en el colectivo de cierto pero no todo imaginario sobre lo aragonés, es necesario que sean visitadas como parte de nuestras vidas, no a simple vuela pluma tranviaria.
Todos hemos puesto o acompañado a poner un anuncio para dar clases o limpiar por horas, o en representación para que nuestro padre se colocara como fresador, para vender piso y reloj Omega. Y como mínimo esa relación y la de las esquelas Aragón entero la conserva.
En conclusión, he visitado muchas ciudades europeas del tamaño de Zaragoza y es francamente improbable, Valencia aparte, atravesar espacios con la misma calidad urbana y de edificios. Todos han resistido perfectamente el embate de cualquier nueva modernidad. Cada uno alberga vidas vividas como para soportar una novela de Max Aub.
Las ciudades intermedias no sufren procesos tan acusados por globales de gentrificación ni degradación urbana en entornos ni sus alrededores que contienen una Diputación Provincial o la antigua Capitanía General Militar, como Márkaris apunta con un inagotable y preciso bisturí que sucede con antiguos centros de Atenas. Vaciados por las clases dominantes o embajadas que eligen olor a pino.
En Zaragoza no se puede afirmar que suceda sino en parte y que los hijos de quienes habitaron los paseos centrales sí viven en residenciales de Vía Hispanidad o Montecanal en guetos a la inversa con olor a colonia, pero ello no ha supuesto la degradación de los edificios del centro-centro ni de su milla de oro (damero de Plaza los Sitios).
Del Gran Hotel habría que escribir —y así se hará— una entrada por ella misma.
27.04 Luis Iribarren
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