Cuando se despide el año, después de la última campanada, el sonido del reloj deja paso a los efusivos besos y abrazos de millones de personas brindando por un venturoso y prospero año nuevo. Mientras, otras muchas con mesas vacías y sin hogar poco o nada pueden celebrar.
Presidentes de estado, autonómicos y alcaldes discursean con ese rutinario deseo de paz, amor y trabajo para todos. Deseos de felicidad, prosperidad y enmienda se repiten con el firme propósito de un año mejor.
Si somos capaces de cambiar nuestro mundo interior haremos del exterior uno mejor, nos dicen en su consabida demagogia. Pero las uvas para recibir al 2017 han venido cargadas de violencia.
El terror se cebó en Estambul y Bagdad con decenas de muertes y heridos. En Madrid, dos mujeres asesinadas y otros maltratos por esa violencia machista que no cesa. Por eso será un brindis al sol si no somos capaces de cambiar las guerras y ambición por educación y respeto en un mundo amenazado por el miedo de aquellos que permiten la maldad o son sus cómplices.
Mientras los ricos se hacen más ricos, los pobres se hacen más pobres y la clase media tiende a desaparecer. Este año en España se presenta en un terreno más abonado, hay un gobierno y no se divisan elecciones, siempre que ese terreno no lo anegue el alborotado gallinero político de partidos bicéfalos con sus luchas fratricidas o secesionistas.
Es tiempo pues para dedicarlo a una sociedad que espera como agua de mayo poder vivir dignamente de su trabajo, y sin el estigma de la caridad. Un gobierno que escuche más al que habla y menos al que grita.
Decía Einstein que hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. De la primera, no estoy seguro.
Daniel Gallardo Marin
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