9.11.20

¿La democracia en la América de los EEUU?


Estaban los cuatro marineros luchando con el mundo,
con el mundo de aristas que ven todos los ojos,
con el mundo que no se puede recorrer sin caballos. 

Federico García Lorca, “Poeta en Nueva York”

El título ya conlleva una inexactitud, hay tantos regímenes políticos con peculiaridades como Estados en el continente. Pero también es un homenaje a los profesores y alumnos de tres generaciones de la Universidad de Zaragoza de la asignatura de Derecho Político, en que se leía el magnífico texto de Alexis de Tocqueville, de título tocayo al de la presente filípica.

Este autor francés fue un magnífico jurista romántico que cayó prendado ante el proceso revolucionario americano, ese que dio a luz una Constitución anterior a la francesa en 1787, y que no terminó durante su vida, pero sí después, con esa guerra civil entre el absolutismo y la Convención que asoló nuestro país vecino en la generación de sus padres.

Sus análisis concluyen que la humanidad permutaría el interés por la libertad por una convicción igualitarista que daría lugar a desórdenes como evidencia. Esa egalité que queda en la concepción francesa de la educación cuya república concede sin ambages a cualquier ser humano. La discriminación ya se pone en otro sitio pero en los países católicos se incide, como sabemos, en la libertad educativa como componente indisoluble de la religiosa, ¿o es al contrario?

Como en el modelo americano se impuso como principio la libertad, Tocqueville advirtió que ello dio lugar a menores conflictos sociales en su época en el continente americano y en las ventajas de que el ciudadano esté alejado en un espacio propio suficiente, la conquista del Oeste, de su papá Estado.

Pero América se terminó en Santa Mónica tras su gran recesión, al final de la ruta 66 no había más tierra, Hawaii aparte, para rular. Y su sistema político, especialmente en el medio oeste rojo de Trump, se ha quedado anclado en un canto a que verán una tierra llamada libertad con trucaje de precios agrícolas, proteccionismo, negación del cambio climático y permisión de asociaciones nacionales del rifle de sus votantes.

Por consiguiente, trumpistas había antes de Trump, y fuleros que judicializan la política cuando se hacen “trumpas o trompas” al solitario, allá como en nuestro continente, si das una patada levantas a cien. Tanto en la Europa de las naciones, como en la Europa de las regiones y la de los cantones. Ya lo vio Rosa de España, we were living a celebration, todos juntos. Pero hoy no podemos bailar fuera de la unidad familiar, hemos vuelto a la cutrez de los dramas narrados por Capote y al oportunismo de los choriceos en familia de Dashiell Hammett.

Como cada cuatro años, la elección estatal americana nos engancha pero parece extraña. Por lentitud en el recuento; por la negación de los votos de las tablillas perdedoras de cada Estado que supondría la no emergencia de partidos o asociaciones como “Teruel Existe” o la no representación popular o socialista en Cataluña y Euskadi para elegir al Jefe del Estado con capacidad de vetar; porque establece un mapa electoral de los dos USA que reproduce el de los frentes de la Guerra de Sucesión, oeste aparte; porque no sabemos exactamente si el presidente americano del norte, de los States, es un ser sobre expuesto con atribuciones de presidente republicano o es alguien como Sánchez. O, mejor aún, como los Felipe, Suárez o Aznar de sus mejores tiempos.

En tantas grandes películas como “Los Idus de Marzo” de Clooney parece que Hollywood haga combinados de autocrítica con gotas de angostura Maquiavelo, cuando dijo lo de que la política no tiene ninguna relación con la moral.

Para empezar, como sucede con España y las consultas a cada Borbón, el sistema de elección presidencial no permite a los ciudadanos de Estados Unidos censados, allí abriríamos otro melón respecto de quiénes son, elegir a Biden. Por tanto estamos ante un Jefe de Estado con atribuciones que, sin embargo, lo aproximan a un jefe de gobierno.

Las elecciones que acabamos de vivir determinan la elección de compromisarios o electores por cada Estado, a diferencia de las del Congreso de Estados Unidos. Los votantes de Alabama, han elegido entre diferentes tablas a estos electores que, se supone, votarán al candidato de su partido en caso de que saquen ventaja respecto de las demás presentadas.

Por ese motivo, la partida y los mítines se juegan en los estados que se sabe perfectamente que están igualados en tendencia.

Es decir, aquellos estados conservadores por ubicación sitos en las inmediaciones del río Mississippi y sus afluentes pero que cuentan con un corazón obrero industrial, como son los mentados Illinois de Chicago (la de los Obama, los polacos y determinados sindicatos italianos del transporte), la Pennsylvania que contiene a Pittsburg y Phily en amalgama con los cuáqueros y amish; el estado de Wisconsin donde la ciudad de la cerveza y la emigración alemana pobre de Milwaukee o la batalla librada en la ultraconservadora, aristocrática, refinada y alma de la Confederación, Georgia, cuyos condados más poblados contienen una población negra reivindicativa y una blanca capaz de generar a los REM. Con su capital Atlanta, como base de operaciones de Delta Airlines y determinada zarzaparrilla venida a mucho más venciéndose a un candidato demócrata, sí, pero más que veterano y moderado. Bien echada.

Luego está la batalla de Florida, en que los anticastristas son descaradamente somocistas y partidarios de la doctrina Monroe para poder entrar un día en la Habana y revertir, con los marines en el papel de Prosegur, dizque tanta expropiación sátrapa. Por consiguiente, en Miami los latinos son más de los Bush y de Trump que los de Texas, que ya es decir. Con todo su sueño americano, que era el que dormían en el Salvador de ocho horas, estrellau y sin reconocerlo por ibérico orgullo.

El sistema beneficia, como sucede con la Ley d’Hont en España, a los estados menos poblados y fundamentalistas en cuanto a religión y tradiciones del medio Oeste, como sucede con Alaska o Hawaii y, respecto de estados de tradición demócrata desde los Kennedy, con los minúsculos de Nueva Inglaterra.

Puesto que para conseguir diputado en Teruel se necesitan unos 35.000 votos por los casi 140.000 de la minera Asturias, como en el caso de Wyoming se necesita la cuarta parte de los necesarios en California. Lo que es imposible de cambiar, puesto que hacerlo supondría una modificación de las constituciones española y americana que, en el caso de la segunda, implicaría una aprobación por tres cuartos del Congreso. Lo que es imposible de alcanzar por el sobrerrepresentado peso político de estos estados.

Eso significa que para que Obama llegue, en South Chicago de su compañera Michelle no fue donde lo ganó. Habiendo tenido más opciones si su comunidad negra no hubiese hecho la Gran Migración hacia el norte, con parada en Kansas City del maestro sir Charles Parker.

De allí se explican ajustados resultados que se dirimen en pocos territorios para alcanzar la presidencia, mientras que la diferencia entre votos reales puede alcanzar varios millones. Con los extrarradios negros y latinos, excepto Florida, de las megalópolis americanas votando demócrata. Siempre que la candidata no les recuerde que mea colonia intelectual y aguanta en su matrimonio carros y carretadas cuando está sermoneando otra cosa.

El “paren de contar” de Trump, patético en su falta de eco de su presunto partido; la judicialización del resultado que pretende, cuando se aventura que pasará por su uso interesado del poder “parapetrolero” por los tribunales; la potencia del Tea Party que surge de los Estados, como Alaska, con frontera peligrosa y mayor peso político del que toca, tienen este peculiar contexto.

El legado de cuatro años republicano es evidente: guerras comerciales que puede que hayan terminado en la presente bacteriológica (¿la historia lo dirá), el muro de México a poder franquear por las mafias por túneles sin construir y la apología del fracking, que parece que está detrás del terremoto de Lorca, que puede depauperar al gobierno demócrata si tiene que compensar las concesiones.

Seguiremos con el tema, glosando el programa Biden y su relación con Aragón; el sistema judicial y policial del gran gendarme que fue vecino de Garrapinillos.

08.11 Luis Iribarren

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