De aquella biblioteca hundida habían desaparecido una inmensa y no catalogada porción de sus importantes libros. Nadie sabía nada, pero el hundimiento fue maravillosamente el excusa perfecta para no saber qué se había perdido, qué se había podido recuperar.
La culpa, se dijo hasta la extenuación, fue de los muchos niños que entraban y salían del edificio catalogado pero abandonado lleno de su contenido parcialmente saqueado. Pero la verdad es que los zagales no entendían de manuscritos ni de libros históricos, y que cuando ellos entraban a saquear, otros muy listos ya habían entrado antes a seleccionar y a cambiar de sitio lo que realmente valía.
La capilla biblioteca Pedro Cerbuna era Monumento Nacional, no se podía derribar. Contenía lo que no se sabía. Era una obra de arte arquitectónica. Pero todo tiene solución cuando hay bribones.
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