El 18 de mayo de 1869 se reunieron en Tortosa los representantes republicanos federales de Aragón, Cataluña, Valencia y Baleares firmando un Pacto Federal que sentaba las bases para que esos territorios se agrupasen libre y voluntariamente en una Federación Ibérica. La idea que informaba tal reunión era la fraternidad en pie de igualdad entre los países que conformaron en su día la Corona de Aragón y que formaban parte del Estado Español. Esa idea estuvo latente en el subconsciente colectivo y, frente a ella, la Constitución española de 1978 incluye un artículo, el 145.1 en el que afirma que “en ningún caso se admitirá la federación de Comunidades Autónomas”.
En 1876 un valenciano de Catarroja, Bienvenido Oliver, habló de “països catalans” como referencia estrictamente cultural: los lugares donde se habla catalán.
Casi un siglo después, en 1960, un valenciano de Sueca, Juan de la Cruz Fuster, añadió a la referencia cultural y lingüística la territorial y política. Prescindía de las zonas valencianas de habla castellana y unía lengua y realidad política, algo propio de algunas tendencias europeas del siglo XIX ya muy superadas en ese momento (y absolutamente obsoletas en la actualidad) obviando que en Europa ningún Estado, salvo Islandia, es monolingüe.
Veinte años después, empiezan a publicarse mapas de los “països catalans”, bastante poco rigurosos y que ni se refieren a una unidad lingüística, ni mucho menos política.
Incluye:
Zonas de habla catalana: Catalunya, comarcas aragonesas, País Valencià catalanohablante, Ses Illes Balears y la ciudad italiana de Alguer;
Zonas que no hablan catalán: Andorra, la parte del País Valencià castellanohablante, el Departamento francés de los Pirineos Orientales y una comarca murciana.
Tales mapas y referencias las ha hecho suya buena parte del nacionalismo catalán, que en la actualidad reclama el derecho a decidir, pero que, paradójicamente, no tiene ningún problema en decidir por los demás e incluirlos en dichos mapas. Excepto en parte de Catalunya, dicho mapa no es aceptado en ninguno de los territorios incluidos en él.
Ciñéndonos a Aragón. En Aragón se habla catalán. Es más, como pasa con el castellano, se habla un excelente catalán, alejado de vicios y defectos.
Aragón es un país trilingüe, lo cual es un lujo, una riqueza cultural y un privilegio que la ciudadanía tiene derecho a disfrutar. Lamentablemente, la regulación de dicha realidad sigue siendo una asignatura pendiente de Aragón, que no ha sabido afrontar.
En todo caso, en Aragón se hablan tres lenguas: el castellano, que todos hablamos, conocemos y entendemos; el catalán que se habla, entiende y conoce en un área claramente delimitada y el aragonés, que se conserva muy parcial y fragmentariamente en unos pocos municipios y que utilizamos unos pocos neohablantes de diferentes lugares de todo Aragón, especialmente Zaragoza.
Todos hablamos castellano y hemos dado a la bella lengua castellana algunos de sus mejores autores y estudiosos: Baltasar Gracián o María Moliner, por ejemplo. Pero no somos castellanos. Tampoco los latinoamericanos (por ejemplo) lo son, aunque lo hablen.
Algunos aragoneses (en torno a 50.000), sin ningún problema ni duda de su identidad aragonesa, hablan catalán pero no son catalanes y hemos dado a la preciosa lengua catalana alguno de sus autores cimeros, como Jesús Moncada.
Apenas unos 10.000 hablamos aragonés, la primera lengua románica a la que se tradujeron las obras clásicas en el s. XIV y hoy en claro retroceso, y somos tan aragoneses como los que hablan solo castellano o junto a éste, hablan catalán. Ni más ni menos.
Obvio ¿no?.
Como aragonés, me siento en casa cuando estoy en Catalunya, en Valencia, en Baleares, en Rosellón e, incluso en el sur de Italia, Sicilia o Cerdeña. Pero en pie de igualdad: ni inferior ni superior: igual. No se trata de identidad lingüística ni política, sino de un pasado común y una manera de ser latina y mediterránea, enriquecida por la cuatribarrada, común a todos nosotros.
Y, a veces, sueño con que se recupera el espíritu de los republicanos federales de Tortosa de 1869, desde el respeto y la fraternidad de quienes durante un tiempo formamos parte de una construcción política ejemplar en su momento.
Jorge Marqueta Escuer.
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