21.1.23
El infinito era un torno: Naval y su cerámica de florestas
He visitado Naval en pocas ocasiones, las suficientes para sentir la potencia del lugar. La primera fue en esa temporada muy feliz en que viví en Binéfar, después de una comida en el restaurante El Grado.
El motivo no fue el de hacerles fotos a las pocetas de sal centelleantes, sino por su peculiar historia como principal alfar oscense, como único núcleo pre pirenaico en que constaban alfares o viviendas ocupadas por moriscos.
De los pocos objetos que he podido salvar de mi casa de la montaña, uno es una tinaja grapada de Naval que mi abuela usaba para conservar carne en adobo. También tenía otra tina de agua y otros jarrones grandes en los que metía tomates sin madurar y pimientos que encurtía. Que nos comíamos en ensalada de col helada blanca, ajo y reinetas.
Las piezas estaban esmaltadas en barniz hasta la mitad, escarificadas como las mujeres yoruba pero no presentaban como decoración esos puntos de flores de tierra de buro color mostaza que llevan otras como los juegos de café.
Aún había unos pocos alfareros de los que hoy queda uno y hace cerámica para regalar, porque la vitro cerámica ha rematado la poca venta que había para guisar en barro. Todos cogían esa arcilla oscura y especial con brillo de hierro de la misma y única balsa. Los olleros hacían pastón con ello y una pequeña cantidad de agua, la mano del alfarero.
Hubo producción de cántaros y botijos en otras comarcas oscenses: en Bandaliés o en Fraga, pero en la montaña y en Francia se usaba solo la de Naval por resistente al fuego.
La importancia de la pieza que salvé de mi abuela en mi vida ha sido notable. El primer curso que hice porque a mí me dio la gana en la Zaragoza de primeros de los 80, en su incipiente Universidad Popular, fue de Historia de Aragón que solo se pespuntaba en el Instituto.
El segundo, de modelado de barrio y torno y me pareció bien difícil pero me gustaba que se me quedara el barro en las cutículas por restregarlo poco.
Aunque alfar nos parezca un término de origen árabe que debe ser la castellanización de cerámica en esa lengua, como “poterie” en francés, en realidad describía la tienda en que se despachaban tanto cacharros como zapatos. Detrás puede que tuvieran, pero pienso en la estrechez de los compartimentos de los zocos, algún pequeño espacio para un torno.
La cultura árabe refina y decora con filigranas o mandalas geométricos una técnica o arte que hunde sus raíces en el comienzo de la era neolítica, donde se advirtió la necesidad de usar depósitos de barro para guardar el agua y alimentos excedentarios y otros vidriados, el metal era carísimo, para calentarlos o quemar aceites e incienso por motivos sacramentales.
Los adornos de la cerámica de Naval son esquemáticos, sin relación con la exuberancia de los motivos de la de Teruel o la de Muel, de raíz ibera y utilitaria. Cercanos a las incisiones iconoclastas de Capadocia, de una pureza extraordinaria, que revelan el viaje de la cerámica hasta reproducirse en nuestro somontano.
Surgida en el valle del río Amarillo chino a partir de la belleza y aptitud para dar forma de la arcilla blanca de caolín, abundante en ese entorno y materia prima de la que se llega a la porcelana, su uso se extiende a Mesopotamia, se introduce desde los asentamientos costeros fenicios peninsulares y se refina por los pueblos iberos, de lo que existe numerosa constancia como en el museo Cabré de Calaceite.
Es porque no se pierde ese esquematismo ni frescura inicial por la que me entusiasman las vasijas o tazas de Naval: de color óxido tierra como el vino de Shiraz, caldero en su vitrificación y con sus puntos amarillos, tan emocionantes.
El infinito, más que en un junco y para alimento espiritual, siempre lo he ubicado en un torno de alfarero. Ir a buscar buro y barro apropiados, darles humedad y forma y sofisticarlos hasta la emoción o la belleza concibo que son metáforas de la creación y la fecundidad, con el fuego quitando exceso de humedad, madurando la forma.
La rueda del torno se llamó panete y el barro se subía con espaneta de boj, como de esa madera eran las cucharas o forcas para pinchar los guisos de patatas con sal y sabor a tierra de Naval.
20.01 Luis Iribarren
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