El Titi nunca defraudaba pues era muy serio en su trabajo y sabía dominar el tablado cuadrado de la Sala de Fiestas Cancela, que se levantaba sobre todos nosotros lo justo para izar levemente al artista y dejarlo más cerca de nuestros ojos. Su repertorio no era muy amplio, pero la cercanía era un añadido que otorgaba esa sensación que pocas veces se logran tener, de que están actuando “para nosotros”.
El Titi, sus “Colorines”, su "¡¡líberaté!!" (con doble acento) sus diálogos con el público, su alegría de artista de variedades, impregnaban la tarde noche y aquellos primeros cuba libres, o piñas coladas.
Queda claro que aquella Zaragoza ya no existe, la de los estertores de la dictadura y los primeros pasos de la Transición. No existe mi amigo, ni el Titi, ni Cancela. Por eso encontrar que alguien se acuerda de El Titi en su Valencia, es todo un detalle.
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