17.9.25
Ebro 3: Un valle surcado por Caminos de Peregrinos
El orbe se halla repleto de ciudades y villas que han surgido para dar servicio a peregrinos en su caminar hacia lugares místicos, santuarios que concentran energías innegables. Dado que las apariciones se producen en entornos naturales espectaculares comúnmente, o la trilogía del Baztán no hubiera tenido tanto predicamento.
Las sendas japonesas de la península de Kii que comunicaban entre bosques de cerezos y espectaculares caídas de agua a las capitales imperiales de Kansai, Nara y Kyoto, con el santuario sintoísta de Ise; las laicas que recorren en Estados Unidos la ruta 66 o los caminos que los pioneros usaron para cruzar los Apalaches hasta alcanzar en Natchez el Mississipi; las que recorren los santuarios budistas de la isla japonesa de Shikoku como las que llevan a Qom e Isfahán a través de Kurdistán; la celebérrima andada hoy interrumpida por muros entre el lago Tiberíades, el Jordán, remontar el desierto de Judea hasta Jerusalén y, pasando por la Natividad de Belén, llegar entre olivos a Hebrón, respirando el aire seco de los altiplanos de Judea, tienen relación como antecedentes o tomaron como referencia al Camino de Santiago.
La principal ruta europea de peregrinación, su calle Mayor, discurre y vertebra los somontanos del Valle del Ebro. Desde la localidad navarra de Puente la Reina, es una sirga gruesa compuesta por los tres caminos principales franceses que convergen en la Baja Navarra (Ostabat), cruzan el puerto de Ibañeta desde San Juan de Pie de Puerto
y se unen al camino papal: el aragonés o tolosano, en las cercanías de la bella e inquietante ermita de Eunate.
Una joya absoluta que remata la vía de los Aragón y debió oficiar como bellísimo refugio de peregrinos al estar en mitad de las colinas de Valdizarbe sin población próxima. Santa María de Eunate es un conjunto conformado por una arquería o claustro exterior con arcos abundantes –las cien puertas o ehun ate, en euskera- que envuelve a una asombrosa iglesia ortogonal como si de una piedra preciosa enmarcada por un anillo se tratara.
Este cuarto camino citado nacido en Arles (Provenza) recogió a los peregrinos venidos de las sedes papales (Roma, Aviñón e incluso Peñíscola) que iban hacia el oeste atravesando los más altos Pirineos por Somport o el Puerto de Palo. Ello le infiere una marca especial por tratarse del ramal surcado tanto por cardenales como por los trovadores del amor, los poetas provenzales y toscanos.
Así tanto los abades y como los canteros inicialmente lombardos y posteriormente tolosanos vinieron a establecerse (a “vender su maestría” o ritual romano cluniacense) en los reinos a los que se accede por el Somport del Pirineo sur como peregrinos o aventureros. No es descartable que recibieran una oferta que no pudieran rechazar en cuanto a su seguridad personal por la alta curia o casas reales hispanas cuando viajaban a Roma para obtener bulas papales.
Los caminos se utilizaron, no conviene olvidarlo, en ambas direcciones. Hoy las flechas amarillas marcan solo ir hasta Fisterra.
El camino resultante de los tres fusionados en Ostabat atraviesa el naciente Pirineo occidental por la cota no muy alta del puerto de Ibañeta, que da acceso a Roncesvalles y la capital del “Reyno de Navarra”, la fundación romana Pamplona que los pastores a su alrededor llamaron la ciudad: en euskera, Iruñea.
Grandes y pequeñas joyas de la arquitectura religiosa, conventual y palaciega, erigidas según la convención artística cluniacense de Borgoña –con claustro, ábside mirando a Jerusalén y puerta de acceso historiada según pasajes bíblicos en los dos primeros casos- jalonan y dan servicio al peregrino en todos los itinerarios referidos, conteniendo esculturas labradas por canteros de la Francia cátara o artistas locales itinerantes como lo fueron los maestros de Jaca y Agüero, discípulos o integrantes de los talleres de los primeros.
Entre las que ocupan un lugar relevante en mi corazón están la citada ermita de Santa María de Eunate, el fundamental conjunto urbano de Nájera o la emblemática localidad oscense de Santa Cruz de la Serós. San Juan de la Peña y la portada-bestiario de Santa María de Sangüesa son directamente partes de mi vida, el origen de mis dos abuelos, como también lo es el santuario de Leire que visito cada año.
Pero a estos conocidos caminos o vías debe añadirse el recientemente creado y frecuentado Camino del Ebro: el que desde el Delta del Ebro busca por sus márgenes de chopos y carrizos la confluencia con el francés en el puente de piedra de Logroño. Un camino de sirga que remonta, como se titula la principal novela de Jesús Moncada y que se halla especialmente honrado en esa fantástica y minimal escultura en que unos chorros de agua representan a los afluentes del río, próxima a las señales indicadoras kilómetricas hasta Fontible y Tortosa que se halla en la Arboleda de Macanaz de Zaragoza.
Otro ramal del camino histórico resolvió la conexión entre el Camino de Santiago principal y el del Norte que bordea las costas cantábricas y entra en Lugo por la obispal ciudad lucense de Mondoñedo. Nos referimos al Camino de Santiago Lebaniego, vía de acceso desde ambos al fundamental monasterio de Santo Toribio de Liébana.
Es una vía que fue enormemente frecuentada y que procedió de las vías de trashumancia que surcaron los puertos de los imponentes Picos de Europa. La Cordillera Cantábrica en sus macizos orientales cae al próximo mar de su nombre con mayores desniveles que los Pirineos.
En la planicie con microclima asoleado de Liébana se asienta el monasterio franciscano e iglesia gótica de Santo Toribio, complejo que debió ser inicialmente un templo con cenobio anejo prerrománico, semejante en apariencia a los que perviven en Asturias como Santianes de Pravia, Santa María del Naranco o San Miguel de Lillo.
A diferencia de los asturianos que no gozaron de reliquias relevantes (si descontamos la cruz de Covadonga), se difundió por la Europa medieval que en este soleado y mediterráneo por resguardado valle cántabro se hallaba depositado un trozo de la cruz de Cristo o Vera Crux, llevado a Astorga por su obispo Toribio desde la misma Tierra Santa.
Hoy día la importancia artística del monasterio lebaniego no estriba en su planta o elementos arquitectónicos sino en que el mismo se escribió e ilustró un Libro del Apocalipsis que representa la obra pictórica crucial previa a la de Giotto en los albores del Renacimiento italiano. Así Liébana, como Siresa en Aragón o Ripoll en el Pirineo catalán, fueron sedes de monasterios depositarios de bibliografía y conocimientos cruciales para el despertar humanista renacentista.
Al Beato de Liébana, por su particular estilo pictórico y como artista, se le considera un verdadero antecedente del Greco, en un Goya “avant la lettre” como autor de un códice impactante y revolucionario, una guía visual sobre el Apocalipsis conocida y difundida en todo Occidente, en la que dio rienda suelta a su habilidad caligráfica y compositiva. Por otra parte, tan conectada con el patrimonio gráfico musulmán que se ha preservado en Al-Ándalus y simbolizan a la perfección las yeserías de la Aljafería zaragozana.
17.09 Luis Iribarren
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