Es un país dicho en sentido geográfico, ése que en el Pirineo abarcaría lo que puede llegarse a andar en un día o a lomos de caballería lenta, Aragón se parece más a Afganistán, Jordania, interiores de Marruecos, Turquía o México que a la propia y cercana Guipúzcoa. De cinemascopes de secano y cielos de Magritte la mayor parte de los días.
Leches de oveja, con las de cabra o vaca o mezcla de todas juntas en hora y media de coche dando queso es un fenómeno escaso en el orbe.
Y si viajamos un poco más pasamos de color mar de fiordo, verde helecho y barquitos multicolores a la propia del Mulhacén o de Fez, de los montes de sabina, cedro y valles de amargo zumaque y flor de cardo de alcachofera.
El primer paisaje es el que dio la música de Germán Coppini, el cine de Gonzalo Suárez y la mirada astur de Madrid de Garci, la música siderúrgica pero fina de Ilegales, la txalaparta sobre lías de txacolí de las novelas de Atxaga. En las películas de Armendáriz se vislumbra cierta frontera, de mito pirenaico de bosque con pasión de cielo abierto.
Los de más abajo, los afilados autores y fotógrafos hijos donde sus orillas del Padre Ebro padecen de efecto Foehn, son temperamentales y secativos, pero nunca corrosivos. Buen negocio comprarles cualquier coche porque han conservado su chasis.
Al mismo tiempo, se trata de creadores muy precisos a primera vista, con zoom en la cabeza y luego paciencia o no, bebiendo del genio de Goya. Siempre inconformistas o sí.
Casi bordes, en viaje en que pasan pero se pasan al modo cachondo.
García Berlanga y Rabal, levantinos, han viajado en autopistas creativas surcando los memorables guiones de Azcona, han padecido el perfeccionismo visual de Saura y vibrado (y era para mal) con Buñuel, al que no se le podía envidiar su vida.
El director oscense, alumno aventajado de las bárbaras situaciones esculpidas por el neorrealismo italiano y Pasolini. Cada película con su afán, artículo primero: nunca aburrirse ni ser predecible. Obra y ambición que se comprenden cuando se envejece.
Entre todos, glosamos al parco y clarividente hijo de la postguerra riojano Azcona. Logroño le ha dedicado a su hijo putativo biblioteca y filmoteca que portan su nombre, pero también son depósitos de su legado. El del mejor constructor literario de diálogos del siglo XX literario español, no un mero guionista como tampoco lo son Woody Allen o Bergman.
En el caso de Carlos Saura, el Festival de Filmes Cortos Ciudad de Huesca, uno de los mejores europeos, y el Auditorio oscense han reconocido ampliamente a un autor que es un mago de la fotografía y hacedor de imágenes. La casa natal de Buñuel en Calanda, Teruel, alberga un museo con una programación que se procura vital y contemporánea.
Otros autores y actores recientes y no como el citado Armendáriz, el payaso muy triste Viyuela, uno que vuela grabando como Lamata, poca broma con Javier Cámara, siguiendo la alargada sombra de Lorca y Coixet, la fecunda Paula Ortiz, o el eusko con raíz de arto y de garnacha, Gorka Urreizti, y buscando nuestra luz, atreviéndose desde dentro con Goya y Labordeta… siguen en el camino de sirga y cámara, beben agua caliza del Ebro y Santa Lucía les conserva la vista.
Aquella mirada de Luisa Gavasa, por todas, sin asomo de boira y calima. La de Andrea Fandos de profundidad ya no exclusiva de la mirada prodigio de Ana Torrent, en Cría Cuervos…
Azcona y su terquedad narrativa de La Codorniz, hiperrealista; Saura como un Joaquín Costa dispuesto a abarcar y a regarlo todo, dejando en su última fase creativa una colección de películas goyescas y por ellas mismas, modo genio de la Humanidad y con futuras calles en Cannes y Venecia; Buñuel y su relación con París y Ciudad de México, con esa vuelta brutal, a los mandos el inquietante Fernando Rey, a la sociedad española nunca laica.
La realidad de la financiación de los partidos políticos o clubes de fútbol, o la venta de los cuadros de Dalí superando la ficción. Edificando por capas paridas en Calanda de bad land turolense grupos multicolores de cintas de cine.
Todos ellos con avidez de tormenta, el suelo chupándose hasta la última gota de granizo o de niebla de la de temblar, de tequila derramado y de barbaridad en barbaridad.
En Francia faltaba luz para el surrealismo, violencia y macarras de barrio para el neorrealismo o la nouvelle vague –he conocido abuelos mucho más duros que Belmondo- y sentido del humor británico logroñés de ese Azcona que se hubiera mirado con sorna y de arriba abajo a una Juliette Binoche, a la que es de creer que no visualizaría como prota de un guión traje a la medida de los que sí que hizo con patrones de sastre para los humanos medios, que no solo españolitos, de los de la trinidad López Vázquez-Cassen-Florinda Chico.
Que Saura estaba en el panteón ya se lo recordó y se lo dio el Ayuntamiento de Huesca en vida. Estarán nerviosos por no repetir cuando ninguno ni de los aspirantes se acercaron al funeral a ver la tristeza por usurpación en los ojos de azul Estanés de Jeannette.
21.02 Luis Iribarren
Los de más abajo, los afilados autores y fotógrafos hijos donde sus orillas del Padre Ebro padecen de efecto Foehn, son temperamentales y secativos, pero nunca corrosivos. Buen negocio comprarles cualquier coche porque han conservado su chasis.
Al mismo tiempo, se trata de creadores muy precisos a primera vista, con zoom en la cabeza y luego paciencia o no, bebiendo del genio de Goya. Siempre inconformistas o sí.
Casi bordes, en viaje en que pasan pero se pasan al modo cachondo.
García Berlanga y Rabal, levantinos, han viajado en autopistas creativas surcando los memorables guiones de Azcona, han padecido el perfeccionismo visual de Saura y vibrado (y era para mal) con Buñuel, al que no se le podía envidiar su vida.
El director oscense, alumno aventajado de las bárbaras situaciones esculpidas por el neorrealismo italiano y Pasolini. Cada película con su afán, artículo primero: nunca aburrirse ni ser predecible. Obra y ambición que se comprenden cuando se envejece.
Entre todos, glosamos al parco y clarividente hijo de la postguerra riojano Azcona. Logroño le ha dedicado a su hijo putativo biblioteca y filmoteca que portan su nombre, pero también son depósitos de su legado. El del mejor constructor literario de diálogos del siglo XX literario español, no un mero guionista como tampoco lo son Woody Allen o Bergman.
En el caso de Carlos Saura, el Festival de Filmes Cortos Ciudad de Huesca, uno de los mejores europeos, y el Auditorio oscense han reconocido ampliamente a un autor que es un mago de la fotografía y hacedor de imágenes. La casa natal de Buñuel en Calanda, Teruel, alberga un museo con una programación que se procura vital y contemporánea.
Otros autores y actores recientes y no como el citado Armendáriz, el payaso muy triste Viyuela, uno que vuela grabando como Lamata, poca broma con Javier Cámara, siguiendo la alargada sombra de Lorca y Coixet, la fecunda Paula Ortiz, o el eusko con raíz de arto y de garnacha, Gorka Urreizti, y buscando nuestra luz, atreviéndose desde dentro con Goya y Labordeta… siguen en el camino de sirga y cámara, beben agua caliza del Ebro y Santa Lucía les conserva la vista.
Aquella mirada de Luisa Gavasa, por todas, sin asomo de boira y calima. La de Andrea Fandos de profundidad ya no exclusiva de la mirada prodigio de Ana Torrent, en Cría Cuervos…
Azcona y su terquedad narrativa de La Codorniz, hiperrealista; Saura como un Joaquín Costa dispuesto a abarcar y a regarlo todo, dejando en su última fase creativa una colección de películas goyescas y por ellas mismas, modo genio de la Humanidad y con futuras calles en Cannes y Venecia; Buñuel y su relación con París y Ciudad de México, con esa vuelta brutal, a los mandos el inquietante Fernando Rey, a la sociedad española nunca laica.
La realidad de la financiación de los partidos políticos o clubes de fútbol, o la venta de los cuadros de Dalí superando la ficción. Edificando por capas paridas en Calanda de bad land turolense grupos multicolores de cintas de cine.
Todos ellos con avidez de tormenta, el suelo chupándose hasta la última gota de granizo o de niebla de la de temblar, de tequila derramado y de barbaridad en barbaridad.
En Francia faltaba luz para el surrealismo, violencia y macarras de barrio para el neorrealismo o la nouvelle vague –he conocido abuelos mucho más duros que Belmondo- y sentido del humor británico logroñés de ese Azcona que se hubiera mirado con sorna y de arriba abajo a una Juliette Binoche, a la que es de creer que no visualizaría como prota de un guión traje a la medida de los que sí que hizo con patrones de sastre para los humanos medios, que no solo españolitos, de los de la trinidad López Vázquez-Cassen-Florinda Chico.
Que Saura estaba en el panteón ya se lo recordó y se lo dio el Ayuntamiento de Huesca en vida. Estarán nerviosos por no repetir cuando ninguno ni de los aspirantes se acercaron al funeral a ver la tristeza por usurpación en los ojos de azul Estanés de Jeannette.
21.02 Luis Iribarren
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