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9.5.25

Mi puente sobre el Pantano Kwai aragonés


Amo los puentes, atravieso los de Zaragoza constantemente y disfruto de las puestas de sol desde el de Las Fuentes, adoro el puente de San Miguel de Huesca y me quedo extasiado en cualquiera de los dos viaductos de la ciudad de Teruel.

Frecuento el recorrido repleto de los férreos de la ruta de Val de Zafán en el Bajo Aragón, echo la vista al de hormigón de un vano que ha quedado como resto patrimonial de la carretera vieja de Monrepós y se ve desde la autovía. Demasiadas pocas veces disfruto del más bello de Aragón sobre el Ebro en Sástago desde el tozal que domina los meandros y me emociono en mis recorridos glosados de los puentes de los ríos Isábena y Manubles.

Romanos en Ansó, de varios arcos ojivales como el de Capella, donantes de la primera riqueza económica y monumental de Aragón como el de San Miguel de Jaca, extraordinarios hitos arquitectónicos los de la EXPO en Zaragoza, la diversidad es apabullante.

Los hay de estructura metálica verdes –menos mal que no votaron- en Gallur sobre el río padre u otros emocionantes e históricos como los viaductos del Canal Imperial, proezas arquitectónicas de la Ilustración aragonesa, que han reclamado mi pasión y siguen haciéndolo. Pararme enfrente o debajo de un puente y enronarlo a fotos es una de mis ocupaciones favoritas.

La ingeniería militar y civil desde Roma dio lugar a una arquitectura basada en gremios mecanizados, capaces de levantar incluso en tiempos del románico tardío puentes y castillos, ventanas repetidas o esculturas en serie de canteros, en el breve plazo que necesitara la conexión o el cliente. Aragón se vertebró sobre ellos y se aprovechó después de esas técnicas en gloriosos resultados como Loarre y Peracense, después llevados para promover catedrales y palacios en siglos posteriores.

En mi provincia oscense, puentes capitales fueron el citado de Jaca que mira a poniente y establece la conexión entre su catedral y la de Santiago de Compostela, ambos hitos extraordinarios; el puente de las Pilas entre Barbastro y Ribagorza, que consolidó a la primera como principal ciudad mercantil del territorio, y los que permitieron salvar obstáculos para las conexiones entre ganados, pastores e ideas pirenaicas: como los de San Nicolás de Bujaruelo, villa de Benasque, congosto de Santa Elena y Biescas en Tena, el de la entrada al núcleo central de Echo o los románicos del valle del Aragón.

Entre todos mi puente capital, porque se trata con el de Ardisa de la infraestructura hídrica que más disfruto y pionera en Aragón, es el histórico y descuidado puente de hierro del Pantano de la Peña que permite la conexión central del Prepirineo occidental oscense y zaragozano y da servicio como única opción, no hablemos de habitantes, a unos 3.000 kilómetros cuadrados de pueblos vaciados. 

Los rodeos que provocará su transformación son de record en Aragón: pues obliga a una vuelta mínima de más de 50 kilómetros de usarse otras alternativas de conexión, además de saturar de hacerse Monrepós y con ello el tramo de Lanave o provocar una exagerada vuelta por Sos del Rey Católico que no recomiendo si no se tiene toda una mañana.

Su longitud, junto con el túnel excavado a dinamita que salva su acceso, es de casi 300 metros y no se sabe si se va a conservar para uso exclusivo de tráfico o se va a crear, así lo espero, una solución semejante a la de su pariente en Zaragoza, el Puente del Pilar que fue abrazado para dejarlo peatonal y como plaza de puestas de sol con vistas a las cúpulas y cimborrios de nuestro Cuerno de Oro.

Tengo unas 300 fotos de este puente que, además, he compartido y difundido para que se dibuje desde Calatayud hasta Murcia.

Su estampa más bella me parece perfilado en día de cierzo contra la luz anaranjada de la puesta de sol del valle del Asabón, enmarcado por los árboles caducos en otoño que adornan sus bases pétreas y el vano cubierto por agua verde turquesa de cobres y oro.

Por la presente tengo a bien solicitar que no solamente sus tres pilares sillares merezcan ser salvados sino también su estampa y caperuza o bóveda ferrada, que forma parte de las vidas de todos quienes hemos nacido o provenimos de Jacetania. Tanto como los viaductos del Canfranero y puente a él cercano, la corriente de agua estruendosa del Gállego y los Mallos de Riglos anaranjados por la tarde.

Ello permitirá, además, que nuestros lugares que languidecen tengan un digno verano y los negocios turísticos no entren en estado de coma del que no salva un ERTE. No todo va a ser garantizar segundos pasos para subir a esquiar. El fundamental puente aragonés afecta a la segunda actividad más importante tras los deportes de aventura de tres comarcas: la caza.

Respetarlo tal cual es y limitarlo a un carril y un puente paralelo, solución ensayada con éxito para dar anchura a su primo de la misma época de acceso a Santa Isabel, nos dejará pasearlo, rodarlo con bicicletas y quedarnos un buen rato imantados por él sin jugarnos el tipo como lo hacen quienes disfrutan del de Murillo de Gállego saltándolo.

08.05 Luis Iribarren